Benny Gantz, el centrismo y el destino de Israel
Considerando el rumbo de la política israelí, ¿es posible pensar en una alternativa al gobierno de Benjamin Netanyahu que no suponga la eliminación de la población palestina?
Siete meses han pasado del ataque sorpresa de Hamás dentro del territorio israelí. La respuesta de Israel, que no se hizo esperar, devino en una operación de castigo en Gaza (y en Cisjordania) que ya se ha cobrado la vida de 34.700 palestinos. El horror continúa y asistimos en directo a una nueva Nakba.
En los últimos días el alto el fuego entre Israel y Hamás se ha vislumbrado como una opción posible. El movimiento palestino aceptó la propuesta de Egipto y Qatar para un alto el fuego en la Franja de Gaza. Por parte de Israel, mantienen abiertas todas sus opciones por ahora. Si bien han aceptado negociar la propuesta, la cual ya han dicho que no cumple con sus demandas, este lunes iniciaron su ofensiva en Rafah, la ciudad más al sur de Gaza.
Estados Unidos está ejerciendo presión para que lleguen a buen puerto las negociaciones a la vez que insiste en su oposición a la invasión de Rafah. El apoyo irrestricto de la administración de Joe Biden con Israel está afectando al clima social y político estadounidense. Las protestas de los estudiantes universitarios de distintas partes del país para que las instituciones educativas corten vínculos con aquellas empresas israelíes que se aprovechan de la ocupación de Palestina cuentan con un eco cada vez más grande, a pesar de la reacción violenta de la policía. Como explicaba el sociólogo Paolo Gerbaudo, los estudiantes norteamericanos sienten una carga de responsabilidad mayor por lo que ocurre en Gaza debido a esa impronta más pesada de Estados Unidos en relación con su apoyo a Israel.
Considerando el rumbo de la política israelí, ¿se puede pensar en una alternativa política a Benjamin Netanyahu y su actual gobierno que proponga una solución que no pase por la eliminación de la población palestina? Esta pregunta quizás suene contradictoria dada las implicaciones del proyecto sionista, pero en los gobiernos de Occidente no se piensa más allá de este marco. Por ello, el nombre de Benny Gantz, que ha cobrado fuerza en las encuestas de opinión pública, es visto como un perfil «idóneo» para suplir a Netanyahu.
Una coalición extrema
En los primeros días de que comenzase este conflicto asimétrico, analizaba en un artículo la derechización que había sufrido en el último tiempo la política israelí. La premisa de dicho artículo era lanzar un recordatorio del tipo de gobierno que iba a ser el encargado de comandar la respuesta del Estado israelí contra el pueblo palestino residente en Gaza.
Entre 2019 y 2021, los israelíes fueron llamados a las urnas hasta en cuatro ocasiones. Un año después, en 2022, el heterogéneo bloque anti-Netanyahu, que había logrado formar una coalición de gobierno, acabó disolviendo la Knesset y convocando una nuevas elecciones parlamentarias. Israel no era capaz de salir de ese período de inestabilidad política.
Benjamin Netanyahu, que se resistía a poner punto y final a su carrera política, era consciente de esta situación de bloqueo y por ello para los comicios de 2022 se propuso maximizar los votos de la derecha. De este modo, con el buen resultado electoral que obtuvo el bloque que había armado, aseguró un nuevo mandato como primer ministro israelí. No iba a tener problemas en la Knesset al disponer de una mayoría absoluta, aunque le tocaría lidiar con las posiciones aún más xenófobas y reaccionarias de algunos de sus ministros.
El episodio de la reforma judicial ya dio muestras de lo que entrañaba el gobierno más escorado a la derecha de la historia de Israel y lo ocurrido posterior al ataque del 7 de octubre confirma la puesta en marcha del proyecto de un «Gran Israel».
Mientras tanto, la guerra no ha finalizado. La operación en Rafah sigue siendo una prioridad y no los israelíes secuestrados por Hamás. Netanyahu, hoy un líder muy impopular, ha dado sobradas muestras de que busca su supervivencia política. El dúo de los sionistas religiosos Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional, y Bezalel Smotrich, ministro de Finanzas, marcan la agenda al disponer de una gran influencia en el seno del gobierno.
El gobierno de emergencia nacional, formado después de la declaración del estado de guerra y que integraba al opositor Benny Gantz, se halla en una situación precaria. Prueba de ello son las tensas relaciones de Gantz con el resto del gabinete o la salida del conservador Gideon Sa'ar.
Así pues, en abril Gantz, quien ha visto aumentada su popularidad entre el electorado israelí, reclamó una elecciones anticipadas para el mes de septiembre. Desde el Likud, el partido del primer ministro, se negaron de forma contundente, calificando estas declaraciones de «antipatrióticas». En las encuestas los partidos de la coalición (ultra)derechista perderían la mayoría absoluta que a día de hoy disponen.
Benny Gantz, la alternativa «centrista»
Desde que se uniese al gobierno de emergencia nacional, Benny Gantz, ex jefe del Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), ha aumentado considerablemente su capital político. Si bien en los últimos comicios su partido, Unidad Nacional (alianza entre Azul y Blanco y Nueva Esperanza), fue la cuarta fuerza política de la Knesset, una posición que no le permitía capacidad de influencia, hoy se ha convertido en el rival que más teme Netanyahu.
Gantz entró en la política en 2019 después de una larga trayectoria como militar. Por tanto, ha sido uno de los principales actores de ese período que vivió la política israelí de cinco elecciones en un lapso de tres años. En dicha etapa de inestabilidad, llegó a ocupar diferentes puestos en algunos de los (cortos) gobiernos que se formaron: ministro de Defensa, ministro de Justicia y vice primer ministro.
A pesar de los divergentes desempeños de su partido en las cinco elecciones celebradas desde 2019, Gantz siempre ha buscado proyectarse como un estadista y en el último tiempo también como una alternativa «centrista» frente a la deriva ultraderechista. Además, ha logrado que hasta la Casa Blanca, bajo la administración de Biden, lo tratase como si fuera jefe de gobierno.
En el viaje a Washington que realizó Netanyahu hace unos meses, el líder de Unidad Nacional fue uno de los miembros del gabinete que lo acompañó. Gantz en dicha visita se reunió con la vicepresidenta Kamala Harris, el secretario de Estado Antony Blinken, y el asesor de seguridad nacional Jake Sullivan, además de con miembros demócratas y republicanos del Congreso de Estados Unidos y los líderes del grupo de presión sionista AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Israel-Estados Unidos). Este trato tan distintivo se explica por las ventajas que le daría a Biden un gobierno israelí con posiciones más moderadas.
Por consiguiente, Gantz goza de una destacada popularidad entre el electorado israelí y a ello se le suma la predilección del gobierno de Estados Unido por su figura. Sin embargo, el estado de guerra en el que se halla Israel mantiene un futuro incierto en términos políticos.
Ese éxito como ministro sin cartera, de igual forma, puede volvérsele en su contra (sino se le ha vuelto ya). Al final Gantz sigue estando asociado a un gobierno cada vez más desacreditado por la población. Si en el momento actual se celebrasen una nuevas elecciones su partido, Unidad Nacional, sería el que obtendría más escaños, pero ya hay encuestas como la del Canal 13 que sitúan en una buena posición para formar un gobierno a un hipotético partido que integrase al ex primer ministro Naftali Bennett, el ex jefe del Mossad Yossi Cohen y el diputado Gideon Sa'ar, exsocio de Gantz.
Igual de cómplice
“El gobierno de Israel ha abandonado a sus ciudadanos. Pero la oposición ofrece pocas esperanzas”, así decía el titular de un análisis publicado en Haaretz, el principal periódico de Israel. Entonces un cambio de gobierno que supusiese el ascenso de Benny Gantz a la jefatura de gobierno no entrañaría el fin de los postulados belicistas de Israel. Asimismo, tampoco se puede omitir el historial de violencia que acompaña al líder «centrista».
Durante su etapa al frente de las FDI, fue el encargado de lanzar en 2014 la operación «Margen Protector», que hasta la fecha había sido la guerra más mortífera contra Gaza, con unos 2.200 palestinos muertos. Unos años más tarde, cuando tenía lugar la campaña electoral de 2019, se enorgulleció de este acontecimiento al decir que “partes de Gaza fueron devueltas a la Edad de Piedra”.
En los últimos años como ministro, también estuvo en el centro de ciertos episodios de opresión contra los palestinos. Y hoy se mantiene dentro de un gobierno de unidad nacional que ha convertido Gaza en un montón de ruinas y cuyos objetivos iniciales no se están cumpliendo.
Al igual que Netanyahu, Gantz no es proclive a que la Autoridad Palestina sea un ente digno para gestionar la Franja de Gaza en el momento que termine la guerra. En su repertorio no está una solución de dos Estados. En realidad, la mayoría de los miembros de la Knesset no son proclives a dicha solución: 99 de los 120 diputados israelíes apoyaron en febrero una resolución que rechazaba el reconocimiento extranjero de la condición de Estado de Palestina.
El actual líder de la oposición, el también «centrista» Yair Lapid, ha tenido igualmente un tratamiento con los palestinos muy similar al de Gantz. Amjad Iraqi, editor de la revista +972 Magazine, resumió el «centro» israelí de la siguiente manera: menos en el nombre, reproducen muchas de las políticas derechistas del Likud.
¿Qué democracia?
Recientemente se publicaba el Informe de Democracia 2024 del Instituto V-Dem. Una de las novedades fue la inclusión de Israel como una «democracia electoral». Tras cincuenta años siendo una «democracia liberal», quedaba relegado a un estatus menor debido a los impactos que había tenido la intromisión del poder ejecutivo en el sistema judicial, además de aspectos relacionados con la protección de las libertades civiles y la igualdad ante la ley.
Los índices de V-Dem han mostrado, por ejemplo, una mayor seriedad que aquellos elaborados por The Economist. En cualquier caso, hay que plantear ciertas cautelas a la hora de acercarnos a dichos indicadores de democracia y no tratarlos como algo exacto, siendo conscientes de la influencia de la dimensión subjetiva. El politólogo Gerardo L. Munck señalaba sobre el tema de la medición de la democracia que se ha de ser más sinceros respecto a las limitaciones de los índices. Al estar tan disputado el concepto de democracia, su medición suscita complejidades y desafíos.
Más allá de V-Dem, las reflexiones del periodista Joshua Leifer pueden arrojar una mirada crítica en torno al estado de la democracia en Israel. En un artículo publicado en The Guardian hace un año, al calor de las protestas contra la reforma del sistema judicial, Leifer apuntaba que la política israelí continuaría siendo inestable en tanto permanecía la ocupación militar de Cisjordania y el bloqueo de Gaza. Más que una democracia, tendría un mayor sentido categorizar a Israel como una «etnocracia». Por tanto, el dilema no puede ser entre las fuerzas del statu quo, que representan figuras centristas como Benny Gantz o Yair Lapid, y las fuerzas de ultraderecha que el mismo statu quo ha generado porque esto significa permanecer en un callejón sin salida.
Así, quiero terminar este artículo con unas palabras escritas por el historiador Enzo Traverso a propósito del terror que se vive en Gaza y la cultura democrática: “La lucha contra el antisemitismo será cada vez más difícil después de que haya sido tan ostentosamente malinterpretada, desfigurada, armada y trivializada. Sí, existe el riesgo de trivializar el Holocausto en sí: una guerra genocida librada en nombre del recuerdo del Holocausto solo puede ofender y desacreditar esa memoria en sí. La memoria de la Shoah como una «religión civil», la sacralización ritualizada de los derechos humanos, el antirracismo y la democracia, perderá todas sus virtudes pedagógicas.”