A 45 años de una guerra que no fue
Hace 45 años estuvo a punto de estallar una guerra entre Argentina y Chile. El Canal de Beagle se convirtió en un símbolo de soberanía para dos países que eran controlados por regímenes militares.
Recientemente ha resurgido con fuerza la disputa entre Venezuela y Guyana por la región del Esequibo. Cada Estado recurre a diferentes argumentos para reclamar la soberanía de esta zona, de forma implícita sobrevuela las vastas reservas petroleras que se encontraron hace unos años por la compañía estadounidense Exxon Mobil.
En América Latina en el siglo XIX, como recuerda Michiel Baud, muchas de las fronteras entre los distintos países no fueron delimitadas con claridad. Un número reducido de ellas hoy en día siguen sin resolverse, siendo el Esequibo un ejemplo de ello. Así, el presente artículo se aleja de esta disputa entre Venezuela y Guyana para poner el foco en otro conflicto sobre los límites fronterizos y ubicado en Latinoamérica también.
La soberanía del Canal de Beagle, un estrecho marítimo situado en el extremo austral de Sudamérica, devino en un conflicto entre Argentina y Chile que estuvo a punto de tornarse en una guerra a finales de la década de los setenta del siglo pasado. La salida bélica se consideró por parte de ambos gobiernos como una opción en los últimos días de 1978, pero al final la intervención de la Santa Sede apaciguó la situación y se pudo dar una solución que discurriese en términos pacíficos.
A 45 años de una guerra que no fue, el artículo analiza este conflicto como un desencadenante de la instrumentalización del nacionalismo que se impulsó por parte de los regímenes dictatoriales de Argentina y Chile a fin de eludir los problemas internos que arreciaban y la necesidad que tenían de ganar legitimidad. Por otra parte, también se aborda, aplicando una perspectiva crítica, el papel de Estados Unidos y a su vez se interpreta a la Santa sede como un actor internacional con una serie de intereses concretos.
¿Qué fue la disputa por el Canal de Beagle?
El conflicto por el Canal Beagle se remonta a la firma del Tratado de Límites entre Argentina y Chile del año 1881. Dada la ambigüedad del tratado, en 1893 se firmó el Protocolo Adicional y Aclaratorio por el que se determinaba la exclusividad de Argentina al Océano Atlántico y de Chile al Océano Pacífico.
En 1902, al permanecer las diferencias entre ambos países por la zona del Beagle, la corona británica fue designada como árbitro internacional. Después de varias décadas sin cambios significativos, los presidentes Alejandro Agustín Lanusse de Argentina y Salvador Allende de Chile acordaron en 1971 someter el asunto a arbitraje con una Corte Arbitral ad hoc, cuyo cometido sería producir una sentencia. Entonces el veredicto de la Corte Arbitral llegó en 1977 y resolvió que las islas en disputa pertenecía a Chile, emitiendo con posterioridad la corona británica el laudo. Si bien Chile lo aceptó, la respuesta de Argentina, la cual se pronunció en 1978, fue declarar nulo el fallo de la Corte.
El clima se fue caldeando progresivamente y en diciembre de 1978 la guerra estuvo al borde de estallar. En ambos lados de los Andes se fue generando un nacionalismo exacerbado que implicaba una hostilidad hacia el adversario al valorar dichas islas como símbolos de soberanía. Pese a esto, la mediación de la Santa Sede, que solicitó Estados Unidos, fue la solución ante las frustradas negociaciones bilaterales.
La oficialización de la mediación papal, como tal, vino con la firma de ambos países del Acta de Montevideo en enero de 1979. Casi dos años después, a finales de 1980, el papa Juan Pablo II estregó su propuesta de paz en la que se reconocía a Chile como el soberano de las tres islas en disputa y se establecía una zona marítima entre los dos países para la explotación económica. Chile aceptó la propuesta, mientras que en Argentina hasta la vuelta a la democracia no hubo una respuesta. El plebiscito convocado por el presidente Raúl Alfonsín fue aprobado por la mayoría de los argentinos, firmándose en 1984 el Tratado de Paz y Amistad.
Los coyunturas nacionales de Argentina y Chile
Argentina
Durante la disputa por el Canal de Beagle, Argentina estaba bajo el control de las Fuerzas Armadas, que habían dado un golpe de Estado en 1976. El “Proceso de Reorganización Nacional” se había puesto dos objetivos: mantener la unidad de la Junta Militar y tener el respaldo de la sociedad (ver Sinay).
En el momento del rechazo laudo de la Corte Arbitral y el inicio de las maniobras militares en las zonas cercanas al Canal del Beagle, no existía un equilibrio a la hora de tomar las decisiones y presentaban intereses dispares en el seno de cada una de las tres fuerzas (Ejército, Armada y Fuerza Aérea), por lo que condicionó el modo de abordar la disputa con Chile. Por otra parte, la narrativa del “subversivo”, que había supuesto un elemento de cohesión social y político, fue calando cada vez menos, dado que la lucha contra la insurgencia se había cumplido en los primeros meses del gobierno militar. A partir de julio de 1978, este discurso pasó a un segundo plano y se invocaron nuevos valores que entroncasen con la “Unidad Nacional” (ver Canelo).
Ahora bien, la búsqueda por extender el territorio era una cuestión que en la historia de Argentina no solo se podía circunscribir al período de la Junta Militar. El politólogo Carlos Escudé hablaba de la existencia en el país de una “obsesión territorial”. Así, en el imaginario argentino habían calado ciertos mitos como el del territorio menguante y también el de la expansión hacia el sur (ver Cairo Carou).
Con el propósito de obtener legitimidad y unidad, el nacionalismo territorialista, la búsqueda de una identidad colectiva materializada en el territorio, le ayudó al gobierno militar para la construcción de un enemigo externo que amenazaba la soberanía. Por tanto, la cuestión del Canal de Beagle encajaba con la idea de apelar a una identidad materializada en el territorio y al mismo tiempo se iba erigiendo un discurso propicio para la invasión de las islas Malvinas.
Chile
Durante el conflicto del Beagle, Chile igualmente contaba con una dictadura militar, la cual se había impuesto después del golpe de Estado en 1973. En este caso, el dictador Augusto Pinochet se había desecho de la oposición interna y disponía de una relativa autonomía para tomar decisiones, especialmente entre 1977 y 1979 había conseguido bloquear todo tipo de desafío (ver Villar).
En los primeros años del Chile pinochetista, dominó un contexto de aislamiento internacional (ver Santoni y Elgueta). Por ende, al existir una posición defensiva, cuando Argentina se opuso al laudo, la respuesta chilena se canalizó en términos hostiles. La autodefensa como un modo de obtener legitimidad dentro del país, en tanto en el exterior operaba un clima de repulsa.
Las ambiciones territorialistas, además, atravesaban fuertemente al militarismo chileno y con los reclamos que existían en relación con el sur dominaba una visión de pérdida del territorio, aunque las ganancias en el norte, en detrimento de Bolivia y Perú, rebajaba en una cierta forma ese agravio (ver Escudé).
Bajo las concepciones de soberanía, territorialidad y protección, había una disposición de los militares por asentar un orden político nuevo que no se basase en la coerción y sí en la legitimación (ver Cuevas Valenzuela). La construcción de nación en los tiempos de la disputa del Canal de Beagle significaba establecer una amenaza externa que ponía en jaque la soberanía territorial (ver Aravena Hermosilla).
La única disputa internacional que tuvo Chile durante el siglo XX fue la del Canal de Beagle. A pesar de que Chile también contó con incentivos para entrar en el conflicto, finalmente se pudo resolver por cauces pacíficos.
Aparte de los Estados-nación
El conflicto tratado aquí no se podía comprender sin su dimensión internacional. No era un caso binario que involucraba a Argentina y Chile, sino que la coyuntura de la Guerra Fría impactó fuertemente (ver Villar). Tras la Segunda Guerra Mundial, las políticas de Estados Unidos en América Latina se habían orientado a la instauración de una seguridad continental que se centrase en erradicar los conflictos entre los países de la propia región de cara a combatir conjuntamente la “amenaza soviética” (ver Bacchetta).
Una calma relativa acerca de los conflictos por los límites fronterizos se mantuvo hasta finales de la década de los sesenta. Sin embargo, la visión de Estados Unidos en el territorio se modificó después de que en las sociedades latinoamericanas se palpase un malestar por el deterioro de las condiciones estructurales de dominación y se diese a su vez un apogeo de las luchas antiimperialistas. La opción entonces por la que se optó fue por la lucha contra la “subversión interna”. La administración Richard Nixon estableció una nueva doctrina militar, la Doctrina de Seguridad Nacional, con el propósito de asistir a sus aliados en las distintas contiendas armadas que se desarrollasen (ver Bacchetta). Especialmente a partir de 1970, con la intensificación de las tendencias reaccionarias y expansionistas, se pudo percibir un reavivamiento de los litigios fronterizos y los conflictos territoriales, siendo el conflicto del Canal de Beagle un ejemplo claro de ello.
Con la asunción de Jimmy Carter en 1977 como presidente de Estados Unidos, hubo una preocupación por las violaciones de derechos humanos en América Latina y por ende se alteraron de diferentes maneras las relaciones con aquellos países gobernados por los militares. También había una parte al interior de su administración, principalmente el Pentágono, opuesta a una política exterior que tuviese en consideración los derechos humanos. Sin embargo, el presidente demócrata debió estar compensando en ese período de tiempo la política de derechos humanos con los aspectos de seguridad nacional. En consecuencia, la opción de la mediación apareció como la solución idónea a fin de subsanar los problemas externos e internos. Eso sí, pese a que Argentina y Chile buscaban que Estados Unidos desempeñase el rol de mediador, la administración Carter era consciente de que esto entrañaría una legitimación tácita de ambos regímenes (ver Villar).
Los norteamericanos, de cara a la disputa mencionada, se vieron obligados a intervenir, pero de un modo distinto, es decir, tenían que mediar y evitar una guerra en el Cono Sur americano. La salida bélica, igualmente, socavaba la posición de Estados Unidos en la región, aparte de su desempeño en la Guerra Fría. Por ello, la opción del papa Juan Pablo II como mediador supuso un alivio.
El rol de mediador de la Santa Sede
En un principio, cuando se produjo la escalada del conflicto, las estrategias seguidas por Argentina y Chile discurrieron por vías alejadas de la mediación de un tercero. Del lado argentino, se promovió una campaña belicosa, sobre todo por parte de la Armada que encabezaba el almirante Emilio Massera, mientras que del lado chileno se optó por la defensa del derecho internacional, pese a que era una estrategia insuficiente y además el país carecía de prestigio internacional. Entonces ambas estrategias fueron poco efectivas y la proposición de mediación de la Santa Sede acabó imponiéndose, evitando una guerra que estuvo a punto de estallar (ver Villar).
Juan Pablo II era un mediador óptimo para este caso, ya que tanto el Estado argentino como chileno se reconocían confesionales y por tanto no podían oponerse a la personalidad más importante de la Iglesia católica. A la vista de los hechos, es ingenuo pensar que la doctrina social católica era el principal motivo que llevó al papa Juan Pablo II a desempeñar dicho papel.
La perspectiva adoptada en el presente artículo cataloga a la Santa Sede como un actor no neutral, atendiendo el escenario internacional tan concreto en el que se desarrollaba la disputa del Beagle. En el marco de la Guerra Fría, los diferentes actores del sistema internacional actuaban bajo un paraguas ideológico concreto y en el caso del papado de Juan Pablo II había un completo alineamiento con el bando Occidental liderado por Estados Unidos. Como recordaba el sociólogo y teólogo de la liberación belga François Houtart, para Karol Wojtyła, nombre secular de Juan Pablo II, los dos grandes enemigos de la Iglesia en el siglo XX eran el comunismo y el secularismo de la sociedad occidental. Por otro lado, el auge del neoliberalismo favoreció la propuesta eclesiástica de corte conservador que había impulsado este papa. La Santa Sede, por tanto, contaba con una consciencia plena de las consecuencias y riesgos que supondrían el estallido de una guerra en el Cono Sur americano para el bloque Occidental y sobre todo para Estados Unidos.
Una guerra que no fue
En el análisis de los condicionantes que produjeron el conflicto entre Argentina y Chile por el Canal de Beagle, se concluye que no fue una disputa de carácter natural al intervenir una variedad de intereses políticos. Fue un conflicto que iba más allá de la escala nacional.
En Argentina el gobierno de facto iba acumulando cada vez más problemas internos, por lo que la cuestión del Beagle fue proyectada por los militares como una oportunidad para reafirmar su posición. En cambio, en Chile había una mayor cautela al respecto debido a que el derecho internacional les favorecía. Eso no quiere decir que igualmente se estuviesen preparando para una eventual salida bélica.
Ahora, es inevitable no obviar las semejanzas entre ambos regímenes. La legitimidad, como se pudo observar a lo largo del artículo, era una obsesión para estas dos dictaduras. Por ello, el nacionalismo, con matices distintos, fue un mecanismo crucial al servir de articulador de una identidad grupal que se arraigaba en el territorio. Recordando a Benedict Anderson, la nación es “una comunidad imaginada como inherentemente limitada y soberana”. En otras palabras, es una comunidad al proyectarse mediante la fraternidad, es imaginada puesto que esa imagen de comunión se halla presente en la mente de cada una, es limitada porque tiene de unas fronteras finitas, y es soberana debido a que implica la garantía y el símbolo de la libertad.
Igualmente, el conflicto contaba con una dimensión internacional. Estados Unidos en América Latina ejercía, siguiendo la idea de Peter J. Taylor y Colin Flint, un imperialismo informal. En este sentido, la Doctrina de Seguridad Nacional fue un claro ideario político y militar para la contrainsurgencia que ayudó a armar en los diferentes países de la región. Con Carter, la política exterior estadounidense tuvo una preocupación de los derechos humanos, aunque a su vez debía afianzar su liderazgo del bloque Occidental y minimizar los errores que amenazasen su desempeño en la Guerra Fría.
El último actor estudiado aquí fue el de la Santa Sede como mediadora del conflicto. Los intereses propios que albergaba este actor iban más allá de la doctrina social católica y se plegaban al escenario internacional dominado por la Guerra Fría. Había una conciencia de los efectos negativos que podía suponer una guerra así para el bloque Occidental y para Estados Unidos.
En suma, la disputa entre Argentina y Chile por el Canal de Beagle constituye un ejemplo más de cómo los conflictos se construyen y responden a una serie de dinámicas de la economía-mundo capitalista.