El dinero marca las elecciones de Estados Unidos
El dinero se mantiene como un eje articulador fundamental de las elecciones estadounidenses. En la medida que las regulaciones son mínimas, se generan dinámicas perversas que limitan la democracia.
Las elecciones presidenciales de Estados Unidos se deciden a partir de los votos electorales. Esto es, los electores no eligen directamente al presidente y vicepresidente, sino que en cada estado se eligen a unos compromisarios que serán los encargados de definir en el Colegio Electoral la fórmula presidencial ganadora. La mayoría de estados recurre a un sistema en el que el partido que obtenga un mayor número de voto popular se lleva todo los compromisarios (winner takes all). En cambio, hay dos excepciones: en Maine y en Nebraska dividen los votos del Colegio Electoral por distrito del Congreso. Son dos estados que reparten pocos compromisarios (4 y 5 respectivamente), pero pueden ser decisivos en el caso de que se libre una contienda ajustada.
Con respecto a Nebraska, identificado como uno de los estados más republicanos, Joe Biden en las elecciones de 2020 logró hacerse con un compromisario al ganar uno de los distritos congresuales que anteriormente, en 2016, se había inclinado por Donald Trump. El hoy presidente estadounidense obtuvo el compromisario concretamente del 2º distrito, el cual comprende la ciudad de Omaha. Esta ciudad del Medio Oeste es el hogar del conocido inversor Warren Buffett, una de las personas más ricas del mundo. Un reportaje de mayo de la agencia de noticias Bloomberg señaló que desde hace unos años Buffet ha dejado de donar las campañas del Partido Demócrata al temer una rección que podría perjudicar a sus empresas. Ha pasado de participar en uno de los mítines de Hilary Clinton en 2016 y criticar a Trump a adoptar un perfil con menor exposición. Omaha se ha mantenido como un enclave liberal de un estado netamente rojo, pero entre los demócratas hay una cierta intranquilidad porque ven posible una eventual victoria del Partido Republicano. Esa intranquilidad también se extiende a la posición adoptada por Buffett al considerar que la campaña demócrata se podría ver impulsada gracias al financiamiento de este inversor.
Empezar el artículo mencionando este reportaje conlleva mostrar una primera perspectiva de lo crucial que es el dinero en la campaña electoral estadounidense. El financiamiento a los distintos partidos políticos define e impulsa contiendas en este país. Por tanto, se generan unas dinámicas que en vez de ensanchar la democracia, la limitan aún más a medida que la desigualdad económica es cada vez más grande.
Con poca capacidad de regular
En Estados Unidos desde el dictamen de la sentencia Buckley v. Valeo (1976), la regulación de las campañas electorales se ha hecho más difícil. Con ello, la Corte Suprema revocó una parte importante de los límites a los gastos impuestos por la Ley Federal de Campañas Electorales (FECA), una reforma aprobada por el Congreso en 1974 que regulaba el sistema de financiamiento público para las elecciones federales. Sin embargo, se mantuvieron los límites de la FECA a las contribuciones individuales y las disposiciones sobre divulgación e información y el sistema de financiamiento público.
Pese a la ratificación de unos ciertos límites, este fallo permitió a los particulares que pudiesen gastar dinero de manera ilimitada para mostrar su apoyo a condición de que dichos gastos no se realizasen en coordinación con la campaña de un candidato. Entonces a través de los Comités de Acción Política (PACs, por sus siglas en inglés) se recaudaría y recibiría dinero con el objetivo de influir en las elecciones federales. Los PACs tradicionales pueden donar a la campaña oficial de cualquier candidato de forma directa, pero las aportaciones provenientes de accionistas o miembros están sometidas a límites de contribución.
En 2010 la sentencia Citizens United v. FEC anuló una parte de las secciones de la Ley de Reforma de Campañas de 2002, suponiendo la aparición de los llamados Súper Comités de Acción Política. La diferencia con los PACs tradicionales es que los Súper PACs no están sujetos a limitaciones de las contribuciones y los gastos. Se encargan de hacer de forma independiente campañas a favor o en contra de candidatos.
Los Súper PACs representan instrumentos legales determinantes para las campañas publicitarias multimillonarias y las operaciones en los estados indecisos. De por sí, no garantizan el éxito político, pero son un criterio de corte en tanto que pueden propulsar o disuadir las opciones de los candidatos que se presentan a las elecciones federales.
El ciclo electoral de 2024 y la recaudación de fondos
En las elecciones del 2020 hubo un gasto de 14.000 millones de dólares, de acuerdo con Open Secrets. Mientras que los comicios presidenciales supusieron un gasto récord de 5.700 millones de dólares, las elecciones al Congreso registraron un gasto total de 8.700 millones de dólares. El gran gasto realizado en 2020 llevó a que fuese el ciclo más caro de todos los tiempos por un amplio margen.
Para el ciclo electoral de 2024, se espera que se batan los récords de gastos. La organización sin ánimo de lucro USAFacts indicaba que entre enero de 2023 y abril de 2024 el gasto que se había realizado para las elecciones presidenciales, a la Cámara de Representes y al Sendo había sido de en torno a 8.600 millones de dólares.
Referente a la recaudación de fondos en la contienda presidencial, los reportes del mes de junio apuntaron que Donald Trump superó nuevamente a Joe Biden. Esto se enmarcaba en el panorama político tan favorable en el que se encontraba el candidato republicano. Si bien estas presidenciales en un inicio se afrontaban en un escenario similar al de 2020, hechos como el debate del 27 de junio que dejó un Biden dubitativo y confundido o el intento de magnicidio que sufrió durante un acto de campaña en Butler (Pensilvania) situaron al expresidente norteamericano con grandes posibilidades de volver a la Casa Blanca.
Así, el tema de la financiación dice mucho sobre el estado de la campaña de Trump. En 2020 la operación de recaudación de fondos provenientes de pequeños donantes (aquellos que dan 200 dólares o menos) fue un destacado activo para este candidato, mientras que de los llamados grandes donantes republicanos (los que dan 100.000 dólares o más) se reunió una cantidad considerable de dinero (3.300 millones de dólares), pero en comparación con sus rivales demócratas fue unos 2.000 millones de dólares menos. En lo que respecta al actual ciclo electoral, a principios de años la campaña de Trump temía que la recaudación se estancase dado los problemas que tenían para atraer pequeños donantes e igualmente las reticencias de los grandes donantes por el uso que se estaba haciendo por parte de los comités trumpistas para costear los juicios en los que se ha visto envuelto el expresidente, a pesar de que ese no es su uso al ser fondos destinados para la campaña.
El temor de principios de 2024, sin embargo, contrasta con el momento dulce actual. La recaudación de fondos de Trump ha despegado durante el segundo trimestre, siendo el juicio penal en Nueva York en el que fue declarado culpable por 34 delitos su mayor impulsor. Los Súper PACs del Partido Republicano han recibido grandes sumas de dinero por parte de donantes multimillonarios. Igualmente, hay que señalar la inclinación por parte de algunos líderes tecnológicos de apoyar la campaña de Trump. Silicon Valley va de dejando de tener ese aura tan liberal.
Esta sintonía entre Trump y el mundo tecnológico, además por las posiciones de la actual administración demócrata sobre la regulación y los impuestos, se ha visto reforzada por la designación del senador J.D. Vance como compañero de fórmula, quien recibió la bendición de Elon Musk. Este senador republicano ha trabajado como empresario de capital riesgo y cuenta con vínculos de largo tiempo con círculos tecnológicos de élite. Con el respaldo del multimillonario e inversor tecnológico Peter Thiel, Vance consiguió en 2022 hacerse con una banca en el Senado por el estado de Ohio. En suma, de acuerdo con el historiador Quinn Slobodian, “los principales tecnolibertarios de Silicon Valley están en contra del Estado únicamente si este no los hace más ricos”.
Por otro lado, en el lado demócrata saltaron las alarmas tras el mal desempeño de Joe Biden fruto de su avanzada edad (en noviembre cumplirá 82 años) durante el primer debate celebrado en este ciclo electoral y es que la política estadounidense en el último tiempo se ha visto marcada por la vejez de sus principales figuras políticas (el propio Trump, Nancy Pelosi, Mitch McConnell, Bernie Sanders o Chuck Grassley). Por ello, se dice que una gerontocracia domina Estados Unidos, ya que la renovación política se está produciendo de forma muy gradual.
La preocupación por la capacidad de Biden para hacer frente a dichos comicios, así como el riesgo de perder ambas cámaras del Congreso, no solo impactó en el Partido Demócrata, sino que también los grandes donantes mostraron su nerviosismo. Finalmente la esperada renuncia llegó el pasado 21 de julio cuando el entonces candidato demócrata decidió echarse a un lado y mostrar su respaldo a la vicepresidenta Kamala Harris. Esta sucesión no se llevó a cabo en el período de primarias, sino a cuatro meses de la contienda presidencial. El optimismo entre los demócratas que generaba una futurible reelección de Biden se desvaneció en el ya mencionado primer debate. Mientras auguraban la amenaza autoritaria que podía suponer la llegada de Trump a la Casa Blanca, al interior del partido se libró una lucha durante tres semanas respecto a qué hacer con su candidato. Resulta paradójico que un partido con casi 200 años de historia y una político con una extensa carrera se expusiesen demasiado ante una elección tan disputada.
Pasadas las semanas de incertidumbre que vivieron los demócratas, ya hay un relevo claro: Kamala Harris. El perfil de Harris supone continuismo, algo que puede no gustar a parte del electorado descontento con el rumbo de la actual administración, pero era la mejor situada. Dado el carácter apresurado de la decisión, no emergieron otros contendientes demócratas, por lo que Harris acudirá a la Convención Nacional Demócrata con los delegados suficientes para ser nominada oficialmente como la candidata de este partido.
El dinero recaudado por la campaña de Biden, así pues, ha sido traspasado a su vicepresidencia. Este saldo solo podía ser heredado por Harris de acuerdo con la Ley Federal de Financiamiento de Campañas. Asimismo, en la primera semana de campaña presidencial ha logrado recaudar 200 millones de dólares.
Por tanto, la carrera a la Casa Blanca ha cambiado. Harris ha supuesto de igual modo un revulsivo para los demócratas en términos demoscópicos. La ventaja de Trump no es tan clara y la candidatura de la vicepresidenta estadounidense ha mejorado las opciones electorales del Partido Demócrata en los denominados swing states (Arizona, Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin).
En última instancia, como ya se ha señalado, el dinero también afecta a otras contiendas electorales más allá de la presidencial. Para llegar a la Cámara de Representantes o al Senado, se necesita una sustancial recaudación de fondos y en este sentido las PACs cuentan con un papel protagónico. El propósito es claro: poder llegar influir en las conductas tomadas por aquellos políticos que gracias a la financiación de estas PACs han logrado un asiento en el Congreso. La Asociación Nacional del Rifle, las industrias del petróleo y el gas, o los grupos pro-Israel son algunos ejemplos de ello.
La concentración de la riqueza
Trabajos como los del economista Gabriel Zucman han mostrado cómo desde la década de los ochenta del siglo pasado Estados Unidos ha vivido un proceso de concentración de la riqueza por parte de unos pocas personas. Pese a la dificultad de conocer el verdadero patrimonio de los ultrarricos debido a que muchos de ellos los ocultan en paraísos fiscales, el 0,1% más rico de la población, en base a los cálculos de Zucman, se ha hecho con casi el 20% de la riqueza de la nación. Los ricos cada vez se están volviendo más ricos. En consecuencia, gracias al funcionamiento de la financiación en la política estadounidense, se generan incentivos para que los ricos conviertan dinero en influencia, inclinando la balanza a su favor.
¿Tiene sentido entonces emplear el término de «grandes donantes» para referirse a aquellas personas que entregan ingentes cantidades de recursos a los candidatos que respaldan? En una entrevista reciente, el politólogo Jeffrey Winters, conocido por su libro Oligarchy (2011), explicaba que estos no donan nada, lo que hacen es usar el poder que les proporciona la riqueza para lograr lo que buscan.
Ante este panorama, de acuerdo con un estudio del Pew Research Center del 2023, los estadounidenses consideran que los grandes donantes y los intereses particulares tienen influencia desmedida en la política, mientras que los ciudadanos de a pie cuentan con muy poca. Muchos de ellos apuestan por limitar el dinero gastado en las campañas políticas.
La participación en las elecciones estadounidenses se encuentra claramente atravesada por el dinero y la gente común no es ajena a ello. Desde una perspectiva comparada, se puede entender que lo que ocurre en Estados Unidos es algo extremo, lo cual no significa que otros países del mundo sean ajenos a estas circunstancias. No es suficiente con decir que se vive en una democracia cuando caminamos hacia mayores niveles de desigualdad y por tanto acaba modulando la propia incidencia en la política. Por ello, disputar la democracia también pasa por hablar de la riqueza, la propiedad y los ingresos.
Termino con una cita del historiador económico Adam Tooze que creo que encapsula de una buena forma el propósito del presente artículo: “En la democracia estadounidense moderna, antes de llegar a la cabina de votación, existe la economía política de la campaña, en la que lo que cuenta no son los votos sino los dólares”.
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