El laborismo británico ante un futuro conocido
El Partido Laborista se prepara para terminar con catorce años de gobierno conservador. Su líder, Keir Starmer, pretende ubicar al laborismo como el agente encargado de evitar el riesgo.
Reino Unido celebrará sus elecciones generales en poco tiempo, aunque todavía no hay una fecha definida. El primer ministro Rishi Sunak señaló que su convocatoria podía producirse en la “segunda mitad del año”. No obstante, algunos analistas han planteado que podrían realizarse en el mes de mayo, coincidiendo con los comicios locales. Este adelanto de las elecciones dependerá de cómo la opinión pública reaccione al presupuesto del 2024, que se llevará a cabo el 6 de marzo y en el que se anunciará un recorte de impuestos. La fecha límite es enero de 2025, por lo que parece que el curso de los acontecimientos marcará el momento de su celebración. La política británica de los últimos años ha seguido un ritmo frenético sin un horizonte claro, así que es difícil que nos vuelva a sorprender nuevamente.
Aun sin conocer cuándo se producirán las próximas elecciones generales, lo que sí es evidente es que el Partido Laborista parte como favorito. De este modo, puede resultar interesante pararse a reflexionar acerca de ese (nuevo) Nuevo Laborismo que tan cerca está de volver al 10 de Downing Street y también reconsiderar el pasado más reciente del laborismo británico.
Más cerca del 10 de Downing Street
La compañía demoscópica YouGov mostraba en su última encuesta realizada una diferencia de 26 puntos entre el Partido Laborista y el Partido Conservador. La formación liderada por Keir Starmer cuenta con una intención de voto del 46%, dado que los dos últimos años de gobierno han dejado al Partido Conservador en una posición delicada.
La victoria en las elecciones de 2010 de David Cameron, hoy secretario de Exteriores con Sunak, propició la salida de Gordon Brown como primer ministro y el fin a trece años de gobierno (neo)laborista. De ese triunfo han pasado (casi) catorce años y los conservadores en este intervalo de tiempo se han mantenido como la principal fuerza política de Reino Unido. Ahora bien, el escándalo del «partygate» parece que marcó el principio de su fin, lo que acabó por descarrillar a este gobierno.
La salida de Boris Johnson, quien previamente había sido el principal artífice de la mayoría arrolladora obtenida por los conservadores en 2019, no mejoró la situación porque su sucesora en el cargo, Liz Truss, duró 45 días. En poco tiempo se vio que la masiva bajada de impuesto era un plan fracasado. Tras ello, fue el turno de Rishi Sunak, quien se ha mantenido hasta ahora en el cargo de primer ministro.
Sunak parece que será el candidato conservador para las próximas elecciones generales, aunque se enfrentará a un escenario poco propicio. Más allá del «partygate», la economía británica se encuentra en una situación delicada y en líneas generales las consecuencias del Brexit se siguen notando. Así pues, la oportunidad del laborismo de arrebatar el gobierno a los conservadores es cada vez más evidente. Eso sí, también hay que tener presente los datos que muestra YouGov en relación con las actitudes hacia los partidos por parte de los votantes y es que tanto el Partido Laborista como Keir Starmer son, en términos netos, impopulares, aunque el Partido Conservador y Sunak lo son aún más.
Ese otro laborismo que casi da la sorpresa
En los catorce años de predominio conservador, también hubo un momento en el que los laboristas estuvieron cerca de conseguir el gobierno británico. Fue bajo la dirección de Jeremy Corbyn.
El liderazgo de Ed Miliband se vio truncado después de la derrota del laborismo en las elecciones de 2015. Éste había tomado las riendas del partido en el año 2010 en unas primarias un tanto peculiares. Una vez Gordon Brown no pudo revalidar su mandato como primer ministro, el Partido Laborista organizó unas elecciones internas en las que se presentaron dos candidatos: David Miliband, secretario de Asuntos Exteriores con Brown y apoyado por Tony Blair, y Ed Miliband, ministro de Energía y respaldado por Brown. Es decir, fue una contienda entre hermanos, su padre era el reconocido académico marxista Ralph Miliband. Finalmente, gracias al apoyo de los sindicatos, Ed acabó imponiéndose ante David. Bajo la dirección del pequeño de los Miliband, el legado más destacado fue la introducción del sistema «un miembro, un voto» para elegir al líder laborista.
De este modo, en las primarias de 2015 Jeremy Corbyn, diputado laborista desde 1983 y perteneciente a la facción de izquierda del partido, era elegido. Su elección implicaba una clara ruptura con el Nuevo Laborismo que había sido preponderante desde la época de Tony Blair. Aparte de ese giro a la izquierda, el corbynismo traía la novedad del empleo de lo digital como herramienta política. La plataforma Momentum se creó con el fin de que una mayoría apoyase al veterano diputado en las primarias abiertas del partido. Surgió por fuera de las estructuras tradicionales del laborismo y para ello el mundo digital jugó un rol clave inicialmente para organizar el liderazgo de Corbyn.
Antes de las elecciones generales de 2017, Corbyn tuvo que hacer frente a las ofensivas procedentes de aquellos miembros cercanos o alineados con el Nuevo Laborismo. A mediados de 2016, la corriente de derecha del laborismo forzó la celebración de unas elecciones internas. El líder socialista, aun así, fue capaz de conseguir una victoria clara frente al diputado Owen Smith. El siguiente evento que marcaría su liderazgo fueron los comicios de junio de 2017.
En el momento que la primera ministra Theresa May convocó esta cita electoral, Corbyn aparecía como uno de los dirigentes laboristas más débiles. En cambio, pudo revertir la situación y articular una campaña en la que conectó con las bases y con el votante joven y cuyo eje central era un programa antiausteridad. La victoria electoral no llegó, ya que el Partido Conservador, aun sin obtener la mayoría absoluta, fue la primera fuerza. El Partido Laborista estaba todavía más lejos de formar un gobierno, pero el dato positivo es que hacia tiempo que esta formación no obtenía una cantidad de votos tan importante. Corbyn entonces disipó las dudas que se cernían sobre su figura y la unidad al interior del laborismo se consolidó.
El corbynismo estaba en su punto álgido. Se vislumbraba que en una nueva oportunidad se materializaría la victoria del Partido Laborista bajo las órdenes del dirigente socialista. Las siguientes elecciones llegarían en 2019 y a diferencia de darse un reforzamiento, ocurrió todo lo contrario.
Una vez dimitió May y fue elegido por los tories Boris Johnson para ocupar el puesto de primer ministro, se convocaron en diciembre de 2019 unos nuevos comicios en los que el Brexit y el acuerdo definitivo con la Unión Europea fueron los principales temas. Mientras que Johnson basó su campaña en las problemáticas relacionadas con el Brexit, Corbyn, al disponer de una posición indefinida al respecto, no dio una respuesta contundente, algo que le penalizó gravemente. Por ende, los conservadores consiguieron una clara mayoría de diputados y los laboristas cosecharon unos resultados pobres.
Si antes se apuntaba la relevancia de Momentum en el inicio de corbynismo, su asentamiento en la producción de nuevas mayorías y de mayor horizontalismo no acabó por hacerse efectivo. Corbyn no creyó del todo en el fortalecimiento de dicha plataforma y la toma de decisiones en todo momento estuvo centralizada en su persona y su círculo más próximo. El resultado fue que la estructura digital creada se orientaba casi en exclusiva hacia los procesos electorales y tampoco se optó por dar mayor voz a las bases. En última instancia, lo que terminaría con el proyecto corbynista fue el no apostar por cambiar la correlación de fuerzas existente en la burocracia laborista. Durante sus cuatro años, las jerarquías del partido no variaron demasiado. A futuro, supondría un gran coste porque eso hacía que la corriente de izquierda posterior a la etapa de Corbyn no actuase como un contrapeso interno con capacidad de voz.
El neolaborismo de vuelta
Debido a que los resultados obtenidos en 2019 fueron peor que los obtenidos por Brown en 2010 y Miliband en 2015, Jeremy Corbyn daría un paso atrás en el liderazgo del Partido Laborista. En consecuencia, la militancia laborista en las primarias de 2020 optó por Keir Starmer. El laborismo de la tercera vía estaba de vuelta.
La renuncia del laborismo clásico que se llevó a cabo durante la época de Tony Blair, bajo el asesoramiento del sociólogo Anthony Giddens, para girar hacia posiciones más liberales consolidó el Nuevo Laborismo como una de las principales corrientes del partido. Starmer era y es un claro seguidor de los preceptos neolaboristas, pese a que en su proyecto no se ven trazas del liberalismo mesiánico propugnado por Blair.
En la conferencia del Partido Laborista de octubre de 2023, Starmer junto a Rachel Reeves, la portavoz de economía, fijaron las bases de lo que sería su proyecto, que estaría centrado en el apartado económico. Bajo un sello productivista, el plan presentado se orienta hacia el nacionalismo económico al estilo de la administración Biden. El denominado «securonomics» busca la estabilidad económica a través de la atracción del sector privado para que inviertan en el país y la «disciplina de hierro» en lo relativo a la fiscalidad y el gasto. En resumen, nada nuevo bajo el sol.
El objetivo del binomio Starmer-Reeves es evidente: ubicar al Partido Laborista como el agente encargado de evitar el riesgo. El buscar asegurar una amplia mayoría en los próximos comicios ha provocado la renuncia de algunos de sus principales planes, como la inversión de 28 mil millones de libras en la transición verde o la clausura de la Cámara de Lores. Ante este panorama, el artículo escrito en The Guardian por Tarik Abou-Chadi y Tom O'Grady al compararlo con el Partido Socialdemócrata alemán (SPD) de Olaf Scholz resulta revelador. Se está viendo hoy, tras dos años de mandato, que la cautela y el sesgo tecnocrático que llevaron a Scholz a la cancillería de Alemania no están llenando el vacío de un electorado cada vez más frustrado, algo que está siendo aprovechado por la principal formación de extrema derecha del país, Alternativa para Alemania (AfD). Como señalan, el laborismo británico podría emular tanto el éxito electoral del SPD como su posterior fracaso en el gobierno.
Como se ha podido comprobar en los anteriores párrafos, el actual líder se ha distanciado marcadamente del corbynismo. Dicho distanciamiento se ha acompañado de una marginación de la corriente izquierdista que en su día encabezaba Corbyn. Si bien durante la época de Blair se encargó a Peter Mandelson reducir al mínimo la corriente socialista, esta vez el mandato es aún más contundente. Así, una cuestión tan delicada como el antisemitismo ha sido el principal argumento de Starmer para reducir las voces disidentes. Fue un tema recurrente durante la era Corbyn debido a que no hubo una respuesta contundente ante las actitudes antisemitas que se detectaron en ese lapso de tiempo. Sin embargo, según el informe Forde, tal cuestión se empleó como "arma arrojadiza" en el Partido Laborista. El informe Forde también identificó el racismo y el sexismo como otros problemas que han persistido a lo largo de los años en el laborismo.
Entre tanto, si Keir Starmer quiere llegar lo más indemne posible al 10 de Downing Street, ha de evitar morir de éxito porque aun teniendo las encuestas a su favor, cuenta con ciertos conflictos internos que debe de resolver cuanto antes. Habiéndose asumido que no existe por el momento un camino alternativo al Brexit, las principales polémicas en el seno del Partido Laborista se centran en la posición sobre la guerra entre Israel y Hamas o el ya mencionado descarte del Plan de Prosperidad Verde de 28.000 millones de libras. De fondo, ante ese futuro que acecha, se libra la principal disputa: «the boys’ club vs. the civil servants». Esto es, una lucha por quién será el principal círculo de influencia de un primer ministro que todavía no ha llegado.