El variable termostato chileno
Chile vive una nueva etapa en su proceso constituyente, dejando atrás una primera fase que concluyó el 4 de septiembre de 2022. Frente a un proceso largo y mediatizado, uno más rápido y oscurantista.
Chile ha transitado desde una primera fase de ilusión instituyente caracterizada por un refundacionismo progresista politizador a una reacción social desafecta guiada por la tecnocracia y el consensualismo que marca el paso de la presidencia de Gabriel Boric y el dominio ultraderechista del Partido Republicano en el Consejo Constitucional.
Al calor del estallido
La derrota del bloque progresista-independientes del 4 de septiembre de 2022 supuso el punto de quiebre de la primera etapa del proceso constituyente. El estallido de octubre de 2019 fue un terremoto de magnitud 9.5 en la escala de Richter. Los terremotos no son un fenómeno externo a la realidad de la tierra sino que nacen de su propio movimiento. El movimiento estudiantil, que emerge de la Revolución pingüina y tiene continuidad durante más de una década, el propio surgimiento del Frente Amplio, el NO+AFP para poner fin al neoliberal sistema de pensiones o el desbordante movimiento feminista ya eran temblores de importante magnitud.
En el periodo 2019-2022, fueron los años en los que Chile vivió deprisa. Recordemos algunos hitos relevantes de lo sucedido: el pueblo en la calle, donde la represión de un modelo que veía sus ganancias en cuestión no logró evitar que los sectores movilizados lograran la adhesión de la mayoría social; el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución del 15 de noviembre de 2019 que institucionalizó la ambivalencia destituyente-instituyente y una sucesión de cinco procesos electorales de octubre de 2020 hasta septiembre de 2022. No han sido tiempos tranquilos. Chile ha recorrido todo los climas, del calor norteño al frío patagónico, pasando por los templados valles centrales y con las transiciones climatológicas intermedias del Norte Chico y de la sureñidad araucana.
Un plebiscito de entrada con casi un 80% de apoyo en favor de un proceso constituyente llevado a cabo por una Convención electa ex novo. Cuya composición estuvo marcada por el fenómeno de las listas de independientes que irrumpió con un 31% de los convencionales (64% si sumamos independientes apoyados por partidos) y que junto con la new left tenían la dirección del proceso, donde la derecha no logró ni siquiera el tercio necesario para pisar el freno. Hasta por primera vez se pudo elegir a los Gobernadores regionales y el Frente Amplio y el PC tomaron numerosas y simbólicas Comunas. Dos vueltas presidenciales, con un enfado de los elementos conservadores chilenos que optaron por la ultraderecha de J.A. Kast y un joven izquierdista que dio la campanada en primarias y supo leer los nuevos códigos de la transformación social en Chile.
La Convención Constitucional se puso a trabajar y en un extenuante proceso logró presentar una larga propuesta de Constitución que renegaba de Jaime Guzmán y sus boys. Que traía consigo los símbolos de Plaza Dignidad para una revuelta política, la Wenufoye para dirigirse a la plurinacionalidad y la socialdemocracia para una economía posneoliberal. En un plebiscito con el voto obligatorio restaurado, la mayoría del país decidió interrumpir el mandato de transformación. El comportamiento sociopolítico de Chile decidió mostrarse ambivalente, con múltiples y cambiables emociones colectivas y con respuestas diferentes según quien y cuales fueran las preguntas. El 4 de septiembre por primera vez desde esta nueva fase de la política chilena los sectores políticos, mediáticos y económicos del bloque conservador pusieron las preguntas.
El invierno democrático
A partir de ahí, la presidencia del magallánico Boric tuvo que ponerse el abrigo para protegerse del frío. El proceso constituyente siguió, pues el mandato de cambio no había finalizado pero sí se había reformulado, como muestra la naturaleza del Acuerdo por Chile del 12 de diciembre de 2022. Los actores políticos del cambio quedaron noqueados y el ascendente ultraderechismo republicano no quería la constituyente. En tanto, los interlocutores tradicionales de la neoconcertación y del conjunto derechista de lo que fue Chile Vamos trataron de ganar posiciones en un contexto de desconcierto y resaca de ilusión. En este contexto, el bicameral Congreso Nacional otorgó la dirección de la nueva propuesta a una Comisión Experta de 24 miembros y el arbitrio al Comité Técnico de Admisibilidad. Se trata de órganos más cercanos a los actores tradicionales y más tendentes al espectro ideológico centrista, cuyo encargo es el de continuar con la propuesta constitucional a través de un anteproyecto guiado por 12 principios entre los que se encontraba el Estado Unitario (no vaya a proponerse otra vez la plurinacionalidad), pero también el Estado Social de Derecho.
Aquí, nos hallamos con los resultados del 7 de mayo de 2023, que les dijo a los actores tradicionales que diesen un paso atrás, mostrando la capacidad de estos para moverse en los arreglos institucionales pero sin incapacidad de interpelación social. El Partido Republicano, con 23 de 50 asientos (se debe sumar el escaño de pueblos originarios) y un 35,41% de los votos válidos, fue el campeón cuando en agenda estaba la inseguridad, la delincuencia, la migración o el papel de los cuerpos y fuerzas de seguridad. Significó la segunda victoria consecutiva de los republicanos sobre lo que fue Chile Vamos, a pesar de que aguantó con un suelo electoral del 21,07% y 11 asientos, siendo el tercer actor operativo y con una posición estratégica para la reforma constitucional. La suma de ambos les sitúa en un 56% de los votos y 34 asientos de los 50 que reflejan la reacción y radicalización conservadora al ciclo 2019-2022 y les permite superar el quórum de 3/5 para elaborar las normas constitucionales y asegurarse el Consejo.
El oficialismo se quedó con 16 asientos y un 28,59%, dejándole con un inoperante monopolio del progresismo en el Consejo Constitucional, salvo división del bloque conservador-ultraderecha. Es interesante el reparto de asientos en su interior: 6 para el Partido Socialista (5,96% de votos), 4 para Convergencia Social (5,72%), 4 Revolución Democrática (4,33%) y 2 para el Partido Comunista si bien fue el más votado (8,08%). La unión del Partido Socialista con Apruebo Dignidad dejó a la neoconcertación sin su pata más vigorosa. De tal manera, la Democracia Cristiana, el PPD y los radicales se quedaron sin representación en el Consejo y un 8% del voto. ¿Y dónde quedó el antipartidismo o la antipolítica organizada? El Partido de la Gente de Franco Parisi, que podía recoger este vector social, se quedó en tan solo un 5% y el fenómeno de los independientes se desdibujó. Su no organización no significa su desaparición como emoción social, sino su actualización y diseminación en otras expresiones políticas.
Incertidumbre climática
Se dejó atrás una primera etapa que vino protagonizada por una noción de representación outsider, donde la mayoría no se adscribía a un partido, otros como la Tía Pikachu y sus compañeros de la Lista del Pueblo decían no ser políticos sino pueblo representando y los representantes mapuches entraban con cupo propio y presidencia para Elisa Loncon incluida. Era una idea de representación que decía emerger del estallido social que mostraba los descontentos políticos y económicos del sentido común del progreso neoliberal previo. Que destacaba su representatividad por proceder del pueblo o actuar en su defensa, y que por tanto lo había escuchado y sabría darle una respuesta a través de un texto constitucional. Lo postulaban frente a una élite económica, política y mediática que entendían que se había cerrado sobre sí misma y sin capacidad de contar con canales de recepción y respuesta a los descontentos de la mayoría social. Había una nueva e ilusionada legitimidad en el feminismo, la Plaza Dignidad, la plurinacionalidad, los derechos sociales y el ecologismo que dejaba atrás el orden previo que se asoció a la constitución pinochetista.
El erigirse como conjunto del pueblo te podía cerrar los canales que te habían permitido escuchar las exclusiones anteriores. Si como Daniel Stingo ya veías Chile en Chiquitito en la misma Convención no hacía falta estar atento a las modulaciones de las voluntades populares. Si los sectores conservadores se habían elitizados pactar con ellos y, lo más importante, interpelar a su masa social, suponía un incumplimiento del mandato de erigir un nuevo orden. Digamos, que se petrificó la noción de representación. Se pudo producir un cierre de los canales de representatividad, la Convención no logró dar el paso de una mayoría destituyente a una instituyente. De representar la antítesis a la política tradicional a representar una nueva legitimidad en sentido propositivo. A lo que debemos sumar los escándalos de la propia Convención, la lentitud y lo extenso del proceso y el rearme de la derecha mediático-política que dejaron un poso de deslegitimación del proceso que se fundamentó en la difusión en la conversación pública de masas de ser una constitución de parte y no del conjunto y de un funcionamiento poco serio y profesional de la Convención.
Como respuesta, la segunda fase del proceso se asienta en una noción de representación fundamentada en la tecnocracia y la visión deliberativo-consensualista. Son dos nociones que conectan con ideas sedimentadas en el imaginario chileno previo al estallido: el gerencialismo neoliberal y el pactismo bipartidista. Así, frente a los independientes sin experiencia se postula una Comisión Experta y un Comité Técnico de Admisibilidad. Frente a una Convención dibujada como sectaria, no dialogante, se puede rastrear la centralidad de la noción de acuerdos, consenso, diálogo en el conjunto de los actores políticos y mediáticos mayoritarios. Frente a un proceso largo y mediatizado, uno más rápido y oscurantista.
No olvidar que estas nociones nacen de la frustración, la desilusión, el desconcierto o la desconfianza. No vienen de la energía politizadora, sino de su derrota parcial. La segunda fase ha tenido un inicio gris, sin expectación pública. No por ello son menores sus retos. ¿Cómo puede un actor de la ultraderecha pinochetista conciliarse con estas visiones de representación tecnocrática y deliberativa? Sabemos de su eficacia ante discursos de seguridad y migración. Pero qué sucederá si la pregunta es sobre derechos sociales o cuestiones de la agenda feminista. O si vuelve una noción más democrática y participativa de la representación. Podrá dar el paso de capitalizar los enfados y las exclusiones de la primera fase del proceso a la proposición de un nuevo orden que vire hacia la ultraderecha y atraiga a una mayoría social. Sinceramente, no lo tiene sencillo, aunque solo la formulación de estas preguntas ya es angustiosa para la democracia chilena y latinoamericana. Pero de la capacidad de respuesta a estos interrogantes y de la reconstrucción de un proyecto progresista democratizador del conjunto de esferas sociales depende La Batalla de Chile.
Firma invitada - Andrés González es investigador doctoral en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales por la UCM. Máster Internacional de Estudios Contemporáneos de América Latina. Graduado en Ciencias Políticas y en Derecho por la UC3M.
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