Entre la unidad y la fragmentación: el dilema de la proporcionalidad electoral en la Unión Europea
De cara a la celebración de las elecciones al Parlamento Europeo, la proporcionalidad de los sistemas electorales favorece paradójicamente a aquellos que son más euroescépticos.
La Unión Europea ha instado a sus Estados miembros a adoptar sistemas electorales proporcionales para las elecciones al Parlamento Europeo. Sin embargo, en la práctica, solo 10 de los 27 países miembros emplean un sistema más proporcional que el utilizado en sus elecciones nacionales. ¿Están los países incumpliendo la normativa europea? ¿Por qué se da este fenómeno y qué consecuencias tiene?
El talón de Aquiles de las instituciones europeas
Los países de la UE tienen la libertad de aplicar diversas reglas dentro del marco de proporcionalidad. Pueden optar por una circunscripción única a nivel nacional o dividir su territorio en varias circunscripciones. De los 27 Estados miembros, 23 utilizan una circunscripción única nacional, incluyendo España, mientras que Bélgica, Irlanda, Italia y Polonia dividen su territorio en múltiples circunscripciones. Además, pueden establecer diferentes umbrales legales de votos, los cuales indican el porcentaje mínimo de votos necesario para obtener representación, con un máximo del 5%. Asimismo, se permiten diversos sistemas de votación, como listas cerradas, abiertas o el voto único transferible.
En definitiva, la Unión Europea admite un grado de flexibilidad en sus normativas de votación, siempre y cuando se mantenga una representación proporcional de sus miembros. Este enfoque permite a la UE perseguir diversos objetivos, como fortalecer la representatividad de sus ciudadanos, incrementar la legitimidad de sus acciones, mitigar posibles sesgos nacionales derivados del sistema electoral y fomentar una mayor participación en los procesos electorales.
A pesar de estos objetivos, las elecciones al Parlamento Europeo suelen ser percibidas como «secundarias», registrando niveles de participación que raramente alcanzan los de las elecciones nacionales. En las últimas elecciones de 2019, solo la mitad de la población europea elegible acudió a las urnas. No obstante, esta cifra representó un aumento de ocho puntos porcentuales respecto a la participación del 42% observada en los comicios de 2014. Esta persistente baja participación subraya una crisis de representatividad en el sistema y evidencia una carencia de legitimidad.
La paradoja de la proporcionalidad
Un factor clave para lograr un sistema electoral proporcional es la distribución de escaños por distrito. La mayoría de sistemas electorales de la UE disponen de una única circunscripción para todo el territorio nacional, por lo que la distribución de escaños es alta. Entonces, ¿por qué persiste la desproporcionalidad en algunos países comparado con los comicios nacionales?
La clave detrás de esta aparente incoherencia puede estar causado por los efectos psicológicos de un sistema electoral. En un sistema electoral más proporcional, los ciudadanos pueden percibir que su voto tiene más influencia de la real. Esta percepción puede llevarlos a apoyar a partidos con escasas probabilidades de obtener escaños, lo que a menudo resulta en una mayor desproporcionalidad.
Además, los votantes pueden estar más familiarizados con las peculiaridades de los sistemas nacionales, emitiendo votos más estratégicos en estos últimos y provocando una menor desproporcionalidad y votos malgastados. En ese sentido, las elecciones Europeas son aprovechadas por los votantes para emitir un voto más sincero aunque menos estratégico.
Por lo tanto, aunque las elecciones al Parlamento Europeo son de base más proporcionales, errores en el cálculo del voto provocan que estos se malgasten aumentando la desproporcionalidad.
El ascenso de partidos extremistas
El sistema proporcional adoptado por las instituciones europeas provee mayores oportunidades a los partidos minoritarios, incluidos aquellos con posturas extremistas. En la última década, hemos observado un notable crecimiento de partidos con agendas proteccionistas, antiglobalistas, antiinmigración y euroescépticas. Estos grupos, que anteriormente se mantenían en los márgenes del sistema político, han comenzado a adquirir un mayor protagonismo e influencia en el panorama político Europeo.
Este ascenso de partidos extremistas no solo refleja un cambio en las preferencias políticas de algunos sectores de la población, sino que también plantea desafíos significativos para la cohesión y estabilidad de la Unión Europea. Muchas de las políticas propuestas por estos partidos se oponen directamente a los principios fundamentales de integración y cooperación que han sido pilares de la UE desde su creación. La promoción de políticas aislacionistas y la resistencia a las normativas comunitarias pueden socavar los esfuerzos de unificación y suponer un reto en la siguiente legislatura.
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