Erdogan: de presidente a sultán
Erdogan pretende convertirse en el padre de la Turquía contemporánea emulando a Mustafa Kemal Ataturk, fundador del estado turco moderno. La profundización del autoritarismo impulsa el nacionalismo.
Turquía es uno de esos casos que han impulsado la curiosidad de los científicos políticos occidentales ya que el país transitó de un modelo semipresidencial, es decir, existía un jefe de Estado o presidente y un Jefe de gobierno encargado de la política interna. El país euroasiático adoptó un sistema muy similar al Occidental y dejó de lado el nacionalismo islámico.
Es Recep Tayyip Erdogan el constructor no solo de la nueva Turquía, sino el impulsor del modelo presidencialista, el populismo y el nacionalismo islámico con el cual ha engrandecido su liderazgo. La democracia turca, al igual que en la India, pretende adoptar las raíces de su cultura y romper con lo que el modelo de democracia occidental, apelando al islamismo y sobre todo al padre de la nación, Mustafa Kemal Ataturk. En este texto, se expondrá cómo Erdogan se ha convertido en el presidente y también en el nuevo sultán del país.
De primer Ministro a presidente
Los inicios de Erdogan en la política se encuentran en su participación en el Partido Salvación Nacional (1970) y tras el golpe de estado de 1980, se afilió al Partido de la Prosperidad, ambos de corte islamista. En 1994 fue candidato a la capital, Estambul, por el Partido de la Prosperidad, a pesar de que ganó en 1998 fue condenado a prisión por recitar un poema en público que enaltecía el islamismo, debido a que fue tomado como intolerancia religiosa.
En 2001 fundó un partido de corte socialconservador llamado Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP). Participó en las elecciones de 2002 en las cuales ganó la mayoría y al ser líder del instituto se convirtió en primer ministro, cargo que ocupó hasta 2014. En ese entonces Turquía contaba con un poder ejecutivo bicéfalo, debido a que en la ciencia política autores como Juan Linz o Diego Valadés consideran que es una forma de evitar la concentración y la deriva autoritaria.
Como premier, Erdogan se convirtió en una de las figuras más admiradas por Occidente ,ya que logró establecer un crecimiento económico del 7% anual y fue una pieza fundamental para abordar las crisis en Egipto y Túnez, aunado a su intención de acercar Turquía con Occidente. Esto desde una perspectiva geopolítica, pues el país forma un puente terrestre entre Medio Oriente y Europa.
Estados Unidos y la Unión Europea lo veían como un aliado y más si este se postulaba para las elecciones generales de 2014. Desde el Parlamento, apostó por un islamismo moderado que respetara las libertades políticas y hasta cierto punto mostró simpatía por la laicidad. En su ascenso al ejecutivo, Erdogan enfrentó las primeras resistencias ya que la oposición se comportó de forma agresiva y desde sus escaños aventaron papeles y objetos en señal de rechazo. En su discurso de toma de posesión, habló de construir una nueva Turquía, sin embargo, en ese momento no se sabía que se hacía referencia.
En 2015 perdió la mayoría en el Congreso y ante la dificultad para formar gobierno de coalición convocó a nuevos comicios en los que AKP obtuvo el 50% de la votación, lo cual le abrió el camino para modificar la Carta Magna. Entonces el camino para la nueva Turquía comenzaría y también la centralización del poder. En 2016 fue objeto de un intento de golpe de Estado. Erdogan en ese momento se encontraba de vacaciones, pero llamó a la gente a resistir y así lo hizo, el golpismo fracasó.
Hasta este punto, considero que el intento de golpe de estado fue algo que elevó su popularidad, puesto que cuando se pretende deponer por las armas a alguien que fue electo por las urnas, esto suele generar un contexto de victimización. La historia turca ha estado marcada por rebeliones y golpes de Estado que en el inconsciente colectivo generan un rechazo automático a quienes ejercen la violencia en bruto. Erdogan superó esta prueba al igual que el sistema semipresidencial, sin embargo, 2016 sería la última vez que el Poder Ejecutivo estaría dividido.
En 2017 se convocó a un referéndum para modificar la Constitución y transitar hacia un modelo presidencial. Principalmente cuando estos cambios se materializan son para proteger y dotar de mayor poder al presidente. Si bien, se modificaron 18 artículos entre los cambios se planteó: (1) que el ejecutivo pudiera convocar a elecciones anticipadas; (2) desaparición del Primer Ministro; y (3) la presidencia sería partidista y ejecutiva, es decir, quien la ocupa es el líder del partido político también.
Al dotar de estas facultades a la presidencia turca, se puede hablar de un «hiperpresidencialismo», término utilizado para referirse a México cuando era gobernado por un solo partido y el presidente era el centro del poder político. Turquía adquirió estos tintes omnipotentes que recordarían a la proclamación de la república en 1923, cuando Ataturk formó el nuevo Estado, y a su vez le daría un aspecto diferente al pugnar por el islamismo como motor del nacionalismo turco.
Erdogan con estas reformas no solo buscaría centralizar más poder, sino que su objetivo era unificar bajo el islamismo y la cultura turca a su base social, la cual le acompañará hasta hoy en día. Es una técnica populista el constituirse como un líder nato y autoritario en aras de reformar al Estado y así lo ven sus simpatizantes. Al igual que Narendra Modi en la India, Turquía está fragmentada y el presidente apuesta por la fracción más grande de la población para gobernar.
Como la historia lo ha demostrado, la acumulación de poder no es única de los presidentes, sino también de los monarcas en todo el orbe. Erdogan no solo reformó el sistema político con el objetivo de emular a Ataturk y su nacionalismo, sino que está apelando y recogiendo las raíces del Imperio turco-otomano que se desintegró en 1918 y que redujo a Turquía a su territorio actual. El mensaje político no solo es el islamismo como unificador del país, sino que su autoridad está sostenida en las anteojeras de los antiguos sultanes.
Autocracia, populismo y autoritarismo
Al igual que otros líderes del siglo XXI, Erdogan ha dinamitado la división de poderes a través de reformas constitucionales, reglamentos o leyes que le permitirían hacerlo. Esto es una característica del nuevo autoritarismo, el cual a diferencia del tradicional abolía el marco jurídico vigente. Ahora se hacían reformas a través de las mayorías con las que cuenta el presidente en el congreso.
En cuanto al sistema electoral, éste ha perdido su condición de equitativo e igualitario, debido a que es el AKP el partido más fuerte que compite en los comicios, que ha establecido clientelas con varios sectores de la población y que utiliza la inhabilitación de sus opositores más fuertes. En ciencia política esto se conoce como autoritarismo electoral, Alexandar Matovski, en su libro Popular Dictatorships: crisis, mass opinion and the rise of electoral authoritarianism (2021) menciona que estos regímenes se enfocan en participar en elecciones que no son imparciales o libres, pero con ello buscan mantener la legitimidad.
Por ejemplo, en 2022 se inhabilitó a Ekrem Imamoglu, alcalde de Estambul, quien era el principal perfil para enfrentar y posiblemente derrotar a Erdogan. Previamente, en 2019, la socialdemocracia había derrotado al AKP en ciudades que no habían visto la alternancia como Estambul y Ankara desde 1994, lo cual encendió las alertas del oficialismo. Asimismo, en los comicios presidenciales de 2023, también se intentó excluir de la contienda a Kemal Kilidaroglu, líder del Partido Republicano del Pueblo (CHP), sin embargo, en un ballotage Erdogan consiguió la reelección para otro mandato.
Por otro lado, Turquía no está aislada del mundo sino que la relación con la Unión Europea y Estados Unidos: principalmente en los conflictos armados cuando Erdogan llevó a cabo operaciones militares en Siria, en 2023 cuando estalló la guerra entre Rusia y Ucrania, o la reciente guerra entre Israel y Palestina, en la que Erdogan llamó al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el “carnicero de Gaza”. Como vemos, las relaciones entre Erdogan y Occidente suelen ser tensas, pero también es sabido que Turquía ha fungido como guardia de la frontera para evitar que los migrantes ingresen a la Europa continental.
La fórmula del presidente turco es apelar a la ruptura con Occidente para que sus simpatizantes vean que impulsa un modelo de desarrollo propio. Incluso al hablar de democracia, Erdogan sostiene que no deben responder a modelo externos, sino que el país tiene su propia cultura y visión del sistema político. Al igual que en la India, Turquía ha impuesto en la práctica y la teoría un presidencialismo exacerbado, muy distinto al modelo de división de poderes que conocemos pero también apela al simbolismo histórico para sustentar su actuar autocrático.
La única certeza es que el presidente ha alineado a Turquía con lo que se conoce como democracias iliberales o autocracias. Los métodos de control sobre los sectores críticos, la prensa, las minorías religiosas y la oposición política están firmes. Erdogan apuesta por mantenerse en el poder y dar forma a la idea de la nueva Turquía, la cual ya es palpable al menos en los cambios estructurales que ha suscitado.
El autoritarismo y la polarización cada vez se profundizan más dentro del país, entre quienes lo ven como el nuevo salvador del país y quienes lo conciben como un dictador. Mientras tanto, Turquía forma parte de las nuevas autocracias que han moldeado el mundo en este nuevo siglo.
¿Contra las cuerdas?
Las elecciones son un método para mantener o sacar a los gobernantes del poder dependiendo de su gestión, sin embargo, en los regímenes autocráticos esto no suele cumplirse. El domingo 31 de marzo las y los turcos acudieron a las urnas para la elección de autoridades municipales. De acuerdo a los resultados de la autoridad electoral, el opositor CHP obtuvo 37,6% de los votos frente al 35,6% del AKP.
Los resultados pueden explicarse como una forma de hartazgo por las técnicas autoritarias del mandatario contra otras religiones y la clase media. La derrota electoral se propició en las principales ciudades del país como Ankara y Estambul. Desde 2019, Erdogan buscaba apoderarse de estos bastiones, ya que son la capital política y económica respectivamente. Ganar estas ciudades hubiera sido golpear el ánimo de la sociedad y con ello avanzar en la deriva autoritaria.
Sin embargo, los resultados fueron adversos y al presidente no le quedó más que reconocer la derrota. No es posible cantar victoria tan pronto, ya que seguramente la presión del gobierno central será mayor con los alcaldes de oposición. El mensaje es claro: los turcos no quieren que el país se convierta en un sultanato con Erdogan a la cabeza. ¿Será este un mensaje para otras autocracias en el orbe?
Firma invitada - Sebastián Godínez Rivera es politólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México. Trabaja como analista en un Think Tank y es columnista en Latinoamérica 21.
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