'Power Play' y la cartelización de los partidos
A partir de cómo retrata la serie 'Power Play' al Partido Laborista noruego del último tercio del siglo XX, se puede realizar un análisis a propósito de la cartelización de los partidos.
A finales del 2023 se estrenó la primera parte de la serie noruega Power Play (disponible en la plataforma Filmin) en la que se narra la entrada en política de Gro Harlem Brundtland hasta convertirse en la primera mujer que ostentó el cargo de primera ministra de Noruega. Durante estos seis primeros capítulos, no sólo se enfoca en el desempeño político de Gro Harlem Brundtland desde que fuese elegida como ministra de Medio Ambiente en 1974, sino que también se aborda el estado de su partido político, el Partido Laborista, durante la década de los setenta y ochenta.
Por el estilo satírico que emplea, Power Play se alejaría de la serie escandinava de política más reconocida hasta el momento, la danesa Borgen. Si se tuviese que buscar un símil con alguna otra serie de política, diría que guardaría similitudes con la británica The Thick of It por la sátira y el movimiento de cámara estilo mockumentary. Asimismo, no es la única serie de este género que se adentra en las profundidades de un partido socialdemócrata europeo, dado que se podría nombrar a la francesa Baron Noir.
Uno de los aspectos más interesantes de Power Play es la aproximación que hace del Partido Laborista, ya que la época en que se desarrolla la trama fue un período en el que esta formación (al igual que le ocurriría a otras organizaciones partidarias en otras partes de Europa) iría convirtiéndose en una «máquina electoral» con unos postulados líquidos, adaptados principalmente a las necesidades nacionales e internacionales. Por ello, este artículo busca hacer un breve recorrido del laborismo noruego hasta el momento actual, y al mismo tiempo reflexionar acerca de la cartelización de los partidos.
El laborismo noruego
El Partido Laborista había sido el principal artífice del Estado de bienestar noruego que dominó tras la posguerra. Fueron años de gran productividad que iban aparejados de un aumento de las provisiones sociales. Hasta 1965 gobernó el país sin interrupción. Sin embargo, como han sugerido algunos estudiosos, esta modernización a partir de la década de los sesenta empezaría a impactar de forma positiva en el Partido Conservador, ya que se iba estableciendo un clima político marcado por la atención en los derechos de propiedad y la autorrealización individual.
En tanto los conservadores iban recibiendo un mayor apoyo de la clase trabajadora, el Partido Laborista a mediados de 1970, el cual ya no era tan fuerte a nivel electoral tuvo que recurrir a políticas anticíclicas para ajustar el modelo noruego. La recesión mundial de 1974-1975 mostraría unos años después que era el comienzo de una crisis estructural que suponía un total desafío a las economías occidentales desarrolladas tras la posguerra. Se apuntalaba, de esta manera, el despegue de la llamada «ola azul».
Con la llegada al poder del conservador Kåre Willoch en 1981, se desmantelaría el modelo de bienestar que había dominado desde 1945. Los años ochenta marcarían un nuevo rumbo para el país y esto también acabaría impactando en el laborismo que en 1986 efectuaría la «operación de giro», es decir, la asunción de políticas de corte neoliberal. La mencionada Gro Harlem Brundtland, quien se había opuesto a la dirección tomada por el gobierno de Willoch, una vez volvió al poder, aplicó el mismo tipo de políticas.
El Partido Laborista noruego seguía esa tendencia que habían tomado igualmente otras formaciones socialdemócratas de la Europa Occidental, aceptación de postulados liberales, especialmente en el plano económico, y adopción de estrategias interclasistas. Se habían decantado por una tercera vía que uniese la socialdemocracia y el liberalismo.
Entrados en los 2000, Jens Stoltenberg y su gobierno laborista intensificaron las privatizaciones y fomentaron economías que modificarían el perfil social y ambiental del país. Luego del último mandato de Stoltenberg (2005-2013), el Partido Conservador lograría estar en el gobierno durante ocho años. La vuelta del Partido Laborista no se produjo hasta 2021. El primer ministro Jonas Gahr Støre, perteneciente al ala más moderada del laborismo, encabeza en la actualidad un ejecutivo en minoría, puesto que su único aliado es el Partido de Centro, una formación nacionalista agraria. La Izquierda Socialista decidió no integrar dicha alianza por diferencias programáticas relacionadas con el petróleo y el clima.
Pese a que aún se mantiene en el poder, el laborismo vuelve a estar hoy en una posición frágil después de que en septiembre del año pasado dejase de ser, por primera vez en 99 años, el partido más grande en las elecciones locales noruegas.
La emergencia de los partidos cartel
A nivel electoral, el Partido Laborista noruego entre 1960 y 1980 tuvo un declive del apoyo medio de ocho puntos porcentuales. Como bien se refleja en Power Play, en este tiempo estaba dejando de ser un partido orgánico de masas para volverse una organización electoral profesional.
Los politólogos Richard S. Katz y Peter Mair en la década de los noventa sugirieron la entrada en una nueva fase de los partidos europeos. El claro predominio en las instituciones públicas, tras haberse reducido al mínimo la conflictividad al interior del partido, vino acompañado por lo que ellos denominaron el «partido cartel». Como síntoma más obvio de dicho patrón, estaba la distribución de recursos financieros dentro de las formaciones y especialmente la asignación de las subvenciones estatales. En el caso de Noruega, una buena parte de las subvenciones provenientes del Estado se asignaban (y se asignan) a la organización central del partido y no tanto al grupo parlamentario.
Al final la cartelización ha conducido a los partidos hacia su profesionalización, lo que ha acarreado un alejamiento del electorado. Han acabado atrapados en una lógica gerencial, activándose para los procesos electorales y dejando de ser paulatinamente un agente de socialización política. Así, en Noruega entre 1980 y 1997 la afiliación a los partidos políticos cayó en un 47%. Esta caída sólo fue superada en Francia, Italia y Reino Unido. A nivel general, contando los otros países de Europa occidental, en 1980 el porcentaje medio de electores que contaban con afiliación partidaria se ubicaba en el 9,8%, mientras que a finales de 1990 hubo una caída hasta el 5,7%.
Peter Mair, en su excelente libro Gobernando el vacío (2015), indicaba que la política tradicional iba siendo concebida de forma progresiva como ajena a los ciudadanos o a la sociedad, y más bien como algo reservado a los políticos. Mientras, los partidos, al imponer orden más que proveer voz a la sociedad, dejaban de ser órganos de representación para transformarse en órganos de gobierno.