En la salud y la enfermedad: poder y estabilidad
Es importante entender que el ejercicio del poder implica resguardar algunos temas sensibles, pero también el ponderar los efectos que puede tener una falta o un padecimiento.
La salud es un tema fundamental para los seres humanos, pero este cobra mayor relevancia cuando se trata de una o un jefe de Estado, jefe de Gobierno o un monarca. Hay diversos ejemplos en la historia. Esto es, desde personajes que mueren durante el ejercicio del poder como Mao Tse-tung, quienes se mantienen en el poder a pesar de que su salud se lo impide como el entonces presidente argelino Abdelaziz Buteflika, o quienes se retiran como el presidente galo Paul Deschanel.
En México recientemente el presidente Andrés Manuel López Obrador se contagió de Covid-19 por tercera vez, aunque esta vez, según reporta el periódico local El Diario de Yucatán, éste se desvaneció y tuvo que ser trasladado a un hospital militar. El secretario de Gobernación, Adán Augusto López, le sustituyó en sus conferencias matutinas. No obstante, el presidente al acaparar la opinión pública y guardar silencio la especulación cobró relevancia y muchas cosas se dijeron.
Más allá de la salud del mandatario mexicano, pretendo en el presente artículo abordar diversos casos de salud que tienen repercusiones en la vida política del país. Partiendo de la premisa de que el jefe de Estado o de Gobierno son cabezas de las naciones, nuevamente el tema sobre la salud se abre a si debe ser pública o privada. Asimismo, se ilustra con diversos casos expuestos en el libro En el poder y la enfermedad: enfermedades de los jefes de estado y gobierno de los últimos 100 años de David Owen.
Opacidad, salud y autoritarismo
Los sistemas políticos se han diversificado desde las monarquías absolutas y constitucionales, pasando por las repúblicas parlamentarias y presidenciales; incluso llegando a la deformación de estos como dictaduras. El primer caso que nos atañe son las dictaduras o regímenes autoritarios, pues estos se caracterizan por el bajo nivel de apertura y los altos niveles coercitivos a través de la fuerza. Se sabe que la cabeza del Gobierno es el sustento de este modelo y por ello los temas en cuanto a la salud se mantienen en secreto.
La historia del siglo XX y XXI, como todo los periodos históricos, ha visto el ascenso y caída de personajes como Adolf Hitler y el Tercer Reich; Iosif Stalin y la Unión Soviética; la China socialista de Mao Tse-tung; o la Nicaragua de Daniel Ortega y demás ejemplos. Lo que pretendo explicar en este apartado es que el hermetismo de los regímenes autoritarios buscan mantener la salud de los mandatarios no es cosa menor, ya que al depender de una persona, esto podría demoler el gobierno por revueltas sociales o presiones extranjeras.
La opacidad es una herramienta con la que trabajan estos regímenes y diversas las tácticas para mantener el control, pero todas llegan al mismo final, la muerte del personaje. El georgiano Iósif Stalin fue encontrado muerto en su oficina, pero el líder soviético contaba ya con varios padecimientos como hipertensión y principios de alzhéimer, pero no hizo caso. Finalmente, el soviet supremo murió el 5 de marzo de 1953, pero solo su círculo cercano se mantuvo al tanto de su salud hasta que se dio la noticia a la sociedad soviética.
A diferencia del socialismo soviético, el líder chino Mao Tse-tung logró mantenerse en el poder hasta su muerte. Su figura fue la bandera de la modernización o “el gran salto adelante”, que costó millones de vidas, pero que se mantuvo en el poder hasta el último aliento. Mao a pesar de su estado marcado por el parkinson y la pérdida del habla paulatinamente, esto se debió al férreo control que tuvo del Partido Comunista de China y su imagen como líder de un período en el que China comenzó a mostrar avances a costa de la población.
El líder chino falleció en 1976, aunque el mandatario aparecía en cámaras era conocido el deterioro de su salud por su avanzada edad. Sin embargo, la principal diferencia entre la URSS y China se puede encontrar en el tipo de padecimientos de sus líderes y la forma en la que se manejó la salud, pues a diferencia de Rusia, en China las principales corrientes socialistas buscaban el reemplazo del líder chino.
Ahora, quiero dar un salto al siglo XXI, la Nicaragua de Daniel Ortega quien ha logrado afianzarse en el poder, pero quién no ha estado exento de la especulación y el seguimiento de su salud. Sobre todo, en 2020 cuando el mundo se vio azotado por la pandemia de Covid-19, el presidente nicaragüense no apareció en los eventos masivos durante 25 días. Sin embargo, esto se extendería a 34 días cuando el mandatario reapareció para decir que se encontraba bien.
Considero que este es uno de los casos más relevantes del siglo XXI, pues el régimen mantiene en secreto la desaparición de su líder, pero reaparece como si nada. Esto da como resultado una política opaca en cuanto al rumbo del país y la condición del Ejecutivo. Hasta la fecha el hermetismo del régimen permite que no haya una certeza de lo que pasó en ese periodo especulativo, lo cual puede ser minimizado por el Gobierno. Aun así, hay casos que no fueron exitosos y en otros que fueron utilizados como armas políticas.
Cuando la salud se convierte en arma política
La salud y la política son temas que no pueden tratarse por separado, pues esta se convierte en un tema central para los países cuando el que tiene padecimientos es la cabeza del Estado. Hago hincapié en que la salud como arma política puede ser utilizada en democracia, autoritarismos y monarquías, depende del uso que se le dé y el contexto en el que se viva. Para este apartado explicaré ejemplos como el cáncer del difunto expresidente venezolano Hugo Chávez Frías; el primer peronismo argentino de Juan Domingo y Eva Perón; o el caso mexicano del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Esta parte del texto está dedicada principalmente a casos latinoamericanos porque son de los más recientes y que se han traducido en votos. El caso venezolano considero que es uno de los más fructíferos en cuanto al efecto que provocó el cáncer en Hugo Chávez y que se tradujo en la elección de Nicolás Maduro como su sucesor.
El 1 de julio de 2011 el presidente venezolano anunció a los medios que tenía cáncer, pero que libraría la batalla y que esto no detendría sus funciones como presidente del país. Haciendo hincapié en que ésta enfermedad es una de las más mortales y agresivas que existen. Cualquier persona que haya convivido con alguien con esta enfermedad automáticamente genera un sentimiento de tristeza o empatía. En el caso del Comandante, como era conocido, fue utilizado como un arma para mostrar que ni una enfermedad así lo detendría, públicas eran sus declaraciones y sus viajes a Cuba para tratarse.
Las cámaras del país vieron el deterioro del mandatario en su lucha contra el cáncer. Finalmente, en 2012 el desgaste y la lenta derrota contra el cáncer, el presidente en un mensaje llamó a que en caso de fallecer eligieron a Nicolás Maduro para sucederlo y así ocurrió. Para mí, este es uno de los casos más efectivos dónde la salud de un presidente en funciones logra cuestionar el sentimiento y es traducido en votos.
No es el único caso, en el siglo XX, Argentina sería gobernada por una de las parejas más emblemáticas que se han convertido en símbolo del amor y el poder. Entre 1946 y 1955 Juan Domingo Perón gobernó al país sudamericano en forma conjunta con su esposa Eva Duarte. La pareja es reconocida por la serie de derechos sociales que impulsaron durante el periodo que gobernaron, pero por el año de 1952, al final del primer mandato Eva Perón enfermó de cáncer y fue sometida a diversas operaciones.
Algunas de las imágenes más emblemáticas del peronismo fue en el Día de la lealtad peronista de 1951 el abrazo de Eva y Perón, cuando ella ya se encontraba enferma. Incluso se habla de que para las elecciones de 1952 Eva no pudo ser candidata a la vicepresidencia debido al deteriorado estado de salud y finalmente murió a la edad de 33 años.
En este episodio la muerte de Evita representó el debilitamiento de Juan Domingo al quedarse viudo y que la oposición pudo utilizar para encabezar la revolución libertadora y derrocarlo. Particularmente este caso muestra que un liderazgo carismático que pasa por un proceso de enfermedad puede representar el inicio de la caída o un punto débil de un gobierno.
El último caso latinoamericano que considero que sirve para ilustrar la fuerza de un presidente y para medir los niveles de polarización es el de Andrés Manuel López Obrador. Como comenté en la introducción, este hecho fue fuente de inspiración para escribir sobre este tema. Al momento de pensarlo, el presidente seguía sin aparecer ante las cámaras, pero fue el 27 de abril cuando el mandatario publicó un vídeo, luego de no aparecer en 72 horas.
Desde su ausencia, comenzó la especulación sobre lo que le había pasado y desde las conferencias de Palacio Nacional, encabezadas por el secretario de Gobernación, comenzó a reproducirse una retórica polarizadora. Cuando los medios preguntaron al funcionario sobre el estado de salud, López respondió con que era una campaña de odio el esperar la muerte del presidente. Sin duda, este no es un argumentó que sólo abonó a la polarización del país, pues sus simpatizantes comenzaron a señalar a los opositores de esperar el fallecimiento del mandatario.
Posteriormente, en un video de 18 minutos, el presidente reapareció diciendo que estaba bien y que sufrió un desvanecimiento. Asimismo, aprovechó para desmentir a quienes dijeron que tenía parálisis corporal u otros males. Si bien calmó a la opinión pública, el mandatario no tardó en mencionar: “que hay personas que quieren que desaparezca, hubo amarillismos y mala fe”. Afortunadamente, el presidente se encuentra bien, pero este ambiente especulativo se formó debido a que desde 2018 el país está acostumbrado a la monopolización presidencial del debate público y ante este hecho los rumores comenzaron a surgir.
Aunado a lo anterior, el periódico de Yucatán tenía razón cuando dijo que hubo un desvanecimiento de López Obrador, que fue minimizado y adjetivado por parte de Adán Augusto López al acusarlos que sirven a intereses y mintieron en cuanto a la nota. Para concluir este caso, la retórica del presidente mexicano ahondó en la polarización al señalar que hay gente que lo odia y le desea la muerte, pues al replicar estos argumentos desde la máxima tribuna del país no mide los alcances que puede tener, sobre todo, en un contexto donde la polarización es latente y a diario se va profundizando.
Ocultar o transparentar, esa es la cuestión
En este penúltimo apartado se abordan casos sobre el estado de salud de los mandatarios en el mundo. Quise utilizar la célebre frase de Hamlet, de William Shakespeare, “ser o no ser, esa es la cuestión” para titular esta parte y modificarla como lo indica el título, pues muchos son los casos de presidentes o jefes de gobierno que han actuado de diversas formas. Tal vez aquí haya nombres más conocidos del mundo occidental como el Premier Winston Churchill; el mandatario francés François Mitterrand; Franklin Delano Roosevelt de Estados Unidos y la reina Isabel ll del Reino Unido.
El caso de Mitterrand es uno de los más emblemáticos, pues se sabía que tenía cáncer de próstata, aunque el Palacio del Elíseo sostenía que su enfermedad inició en 1992. El diario Le Monde publicó extractos de su diario dónde escribió que el cáncer surgió desde 1981. Inició de esta forma porque el presidente gobernó durante catorce años Francia (1981-1995). La relevancia de mencionar su caso se debe a que ocultó su enfermedad tanto tiempo y a niveles poco antes vistos, declaró su médico Claude Gluber, que trató de ocultar a la opinión pública su padecimiento.
François Mitterrand, relata David Owen, llegó a desarrollar una paranoia porque creía que médicos internacionales le espiaban para saber de su enfermedad. El mandatario no sólo escondía eso, sino también cartas de amor de su amante, Anne Pingeot, e incluso una vez llegó a escribir sobre Margaret Thatcher “que mujer tiene los ojos de Calígula y los labios de Marilyn Monroe”. Más allá de todos los secretos guardados, este es un caso que pudo haber tenido un peor desenlace si llegaba a fallecer durante el mandato, pues al ocultar esta información puso en riesgo la estabilidad del país.
A diferencia de Mitterrand, el primer ministro del Reino Unido, Winston Churchill, no solo lideró la defensa de Europa en la Segunda Guerra Mundial, sino que también fue víctima de un ataque cardíaco en 1941 y un cuadro de neumonía en 1944. Además, tuvo dos derrames cerebrales en 1949 y 1951, el segundo cuando encabezaba nuevamente el Gobierno británico.
Luego del derrame de 1951 trató de ocultar su condición, pues mostraba dificultades para caminar e hilar algunas palabras, a pesar de que mantenía como parte de su rutina el beber whisky y fumar puros, esto pudo haber mermado también su salud. Finalmente, tras los problemas de salud en 1953 presentó su renuncia ante la reina Isabel II. Antes de introducirles a este personaje, es pertinente reconocer el lugar que Churchill tiene en la historia, pero su obstinación para mantenerse como premier, es algo que muchos han criticado ya que su estado de salud y la edad ya no le permitían trabajar como lo había hecho en su momento durante la guerra, lo cual fue capitalizado por los laboristas.
La difunta monarca inglesa, Isabel II, tuvo uno de los reinados más largos de la historia al estar setenta años sentada en el trono. Mucho se ha dicho sobre su vida, sus ministros, sus momentos más felices e incómodos, pero yo planteo abarcar los últimos días de su vida porque los monarcas tienen un perfil más bajo, no actúan en política, pero son un símbolo que genera cohesión. En 2022 durante la pandemia de Covid-19, la reina estuvo recluida en el Castillo de Balmoral, su residencia de descanso.
Los problemas dentro la política inglesa no cesaban tras la renuncia de Boris Johnson y la llegada de Liz Truss para dirigir el gobierno. La Primera Ministra acudió el 6 de septiembre a Balmoral para reunirse con Isabel II y formar un gobierno en su nombre. En la foto la reina se mostraba delgada y las venas de sus manos resaltan demasiado. Estas serían las últimas fotos de la monarca británica, pues dos días después fallecería.
Es relevante incluir este caso, porque la forma en la que se anunció su muerte, fue con previo aviso del deterioro de su estado anímico, aunado a la llegada de los miembros de la Familia Real a Balmoral. Si bien, su funeral había sido planeado mucho antes y existió un protocolo para anunciarlo, puede entenderse como una forma de transparentar lo que pasa dentro de la realeza. La forma en la que la gente se mantuvo fuera del Palacio de Buckingham para recibir noticias es uno de los hechos más curiosos, si se toma en cuenta que en América no tenemos monarcas. La planeación que se tiene permite que haya un duelo, una despedida de los restos mortales e inicia con la proclamación del nuevo monarca en ese momento, como le ocurrió al rey Carlos III, que fue coronado el 6 de mayo.
Por último quiero describir un caso del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos el presidente Franklin Delano Roosvelt (FDR) y el desarrollo de sus padecimientos. Desde los 39 años FDR quedó paralítico debido a la poliomielitis, aunque no quería ser visto en las silla de ruedas y practicaba para dar algunos pasos en público. El presidente es reconocido por ser el único que ha gobernado cuatro mandatos y haber cambiado el destino de la Segunda Guerra Mundial tras el bombardeo a Pearl Harbor.
Durante el transcurso de la guerra en 1941, el médico naval Howard Bruenn realizó un examen completo a Roosvelt en el cual encontró problemas cardíacos, presión alta y su corazón de tamaño inusual. Con este diagnóstico, su salud era delicada, pero su médico personal Ross McIntire lo menospreció e incluso trató de ignorar el diagnóstico de Bruenn, quien había pedido mayores cuidados y tener un ritmo de vida más tranquilo. Esto no fue excusa para que FDR se presentara a la reelección.
Esta cuestión particular muestra que si bien la gente sabía que Roosvelt estaba enfermo porque se le veía e incluso su deterioro físico puede notarse, principalmente en la foto con Churchill y Stalin en la Conferencia de Yalta. Su estado de salud fue motivo de especulación toda su vida, pues los Estados Unidos eran dirigidos por un mandatario que desde joven estaba enfermo, aunque los demás padecimientos fueron tratados con discreción la gente sabía sobre su delicado estado de salud en cuanto a la parálisis corporal que tenía. FDR murió en 1945 y hasta su muerte fue objeto de rumores de la población, quienes argumentaban que había fallecido por cáncer u otra enfermedad, cuando la realidad es que fue por una insuficiencia cardíaca.
La salud: ¿secreto de estado o pilar de la democracia?
Tras haber explicado algunos casos sobre cómo se trata la situación de un jefe de Estado enfermo, quisiera que el lector reflexionara sobre las condiciones del país en el que habita y reflexione sobre los siguientes planteamientos, ya que no existe una respuesta tajante acerca de si la salud debe mantenerse en la opacidad como en los regímenes autoritarios o ser transparentado en su totalidad como es el ideal de la democracia.
Considero que debe haber un punto medio para el manejo de esta situación, incluso aseguraría que depende mucho de la madurez institucional y cómo el país puede llegar a tratar tales casos. Es bien sabido que al ser un tema delicado siempre estará presente la opinión pública, los hechos, los rumores y las especulaciones. No obstante, debe existir la capacidad analítica para discriminar entre lo verdadero y lo falso, pues vivimos en la era de la “infodemia” como lo llama Byung-Chul Han, que hace referencia a la exposición a diversos golpes informativos en los cuales no se comprueba la veracidad.
Ahora bien, la salud de una o un jefe de Estado o de Gobierno siempre será objeto de la opinión pública, pues están expuestos a los medios desde el momento que son electos, lo cual no quiere decir que no tengan derecho a la privacidad. Asimismo, debe existir un punto medio donde en un caso de percance o deterioro pueda manejarse con objetividad y cuidado sin que esto termine en la opacidad.
Incluso esto ya lo vivimos varios de nosotros, pues durante la pandemia muchos presidentes se enfermaron de Covid-19, algunos lo ocultaron y otros por el nivel de complicación terminaron en el hospital. Vale la pena repensar la salud como un pilar del sistema político que se traduce en gobernabilidad y estabilidad. No necesariamente el ocultar padecimientos es continuidad del régimen, sino que puede ser una bomba de tiempo. En otros casos, puede utilizarse como bandera para pedir la dimisión de alguien, pero más allá de la forma de utilizarlo debe existir la madurez política de todos los actores para saber cómo actuar y qué conlleva el agravamiento de un tema como tal.
Es importante entender que el ejercicio del poder implica resguardar algunos temas sensibles, pero también el ponderar los efectos que puede tener una falta o un padecimiento. En conclusión, tomar en cuenta la salud como un factor relevante para ejercer el poder. Debe ser un elemento que considerar, no por la limitación o establecer una barrera a las personas que los tienen, sino pensarlo como una visión a futuro, cuando se sabe que hay enfermedad antes de competir por un cargo.
Pero si la enfermedad se presenta durante el ejercicio del poder, sería una reflexión interna que debe ponderar la persona y medir los costos y beneficios, aunando las afectaciones que puede tener en la toma de decisiones no solo personales, sino de una nación entera.
Firma invitada - Sebastián Godínez Rivera es politólogo por la Universidad Nacional Autónoma de México. Trabaja como analista en un Think Tank y es columnista en Latinoamérica 21.
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