Juegos Olímpicos y política: una revisión más allá de la esfera deportiva
Los JJOO, además de ser un evento deportivo, han resultado ser una plataforma geopolítica, donde la política, la propaganda y las tensiones globales influyen en su desarrollo y significado.
Los Juegos Olímpicos modernos tienen sus raíces en los antiguos Juegos Olímpicos que se celebraban en Grecia, remontándose al 776 a.C. en Olimpia. Estos juegos eran parte de un festival religioso en honor al dios Zeus. Los atletas de todas las ciudades-estado griegas competían en diversas disciplinas atléticas como carreras, salto de longitud, lanzamiento de disco y jabalina, lucha o pentatlón. Continuaron celebrándose cada cuatro años durante aproximadamente doce siglos, hasta que fueron abolidos en el 393 d.C. por el emperador romano Teodosio I como parte de su esfuerzo por imponer el cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano y eliminar las prácticas paganas.
El renacimiento de los Juegos Olímpicos en la era moderna se atribuye principalmente a Pierre de Coubertin, también conocido como Barón de Coubertin. En 1894, este aristócrata e historiador francés fundó el Comité Olímpico Internacional y organizó un congreso en París, donde decidieron recuperar los Juegos Olímpicos que se celebraban en la antigüedad. Coubertin no solo quería revivir los antiguos Juegos, sino también adaptarlos a la era moderna con un enfoque en el amateurismo y el espíritu deportivo.
Los primeros Juegos Olímpicos modernos se celebraron en Atenas en 1896, simbolizando el regreso de los Juegos a su cuna original. Estos primeros Juegos contaron con la participación de catorce países y alrededor de 241 atletas, todos hombres, que compitieron en 43 eventos. A pesar de las dificultades organizativas y financieras, los Juegos de 1896 fueron un éxito y establecieron las bases para futuras ediciones. Las disciplinas incluyeron muchas de las competencias tradicionales griegas, como el atletismo, la lucha y el levantamiento de pesas, junto con nuevos deportes que reflejaban la evolución de las prácticas deportivas en el siglo XIX.
Hoy en día, los Juegos Olímpicos son el evento deportivo más importante y de mayor alcance global, pero en esta celebración no solo interviene el elemento deportivo, ya que también tiene una gran relevancia lo político y la política.
El COI: ¿un órgano deportivo o político?
Cualquiera que piense en el Comité Olímpico Internacional (COI) lo definiría como un órgano independiente, no gubernamental, cuyo único propósito es organizar los Juegos Olímpicos (JJOO). Es cierto, es así, pero hay una realidad ineludible que también convierte al COI en un órgano político.
Los países tienen la capacidad de influir en otros a través de medios no coercitivos o agresivos como la cultura, los valores o la diplomacia, esto es, lo que se denomina soft power o poder blando. Uno de los acontecimientos más propicios para desarrollar el poder blando son los Juegos Olímpicos. Todos los países, sobre todo las grandes potencias, ven en esta celebración deportiva la oportunidad idónea para mejorar su reputación o demostrar la superioridad de su cultura y sus valores, siempre a través del deporte.
La lucha de los países por dominar el poder blando colocan al COI en una posición central y dominante, sobre todo porque este órgano decide en qué ciudad se celebran los Juegos. Las ciudades candidatas con sus respectivos gobiernos nacionales utilizan todo tipo de contactos e influencias para garantizarse el apoyo de los diferentes miembros del COI. Algunos ejemplos son: visitas de alto nivel como los reyes, primeros ministros o presidentes; lanzamiento de ofertas de cooperación en otros ámbitos; o la creación de alianzas estratégicas que beneficien a la organización.
Sin embargo, en ocasiones se sobrepasan los límites éticos y morales y estas ofertas de cooperación se convierten en beneficios propios para miembros del comité que derivan en grandes casos de corrupción. Uno de los más conocidos fue el caso de Salt Lake City, ciudad elegida como sede para los Juegos Olímpicos de Invierno de 2002. El escándalo estalló cuando saltó una noticia que revelaba el recibimiento de sobornos por parte de al menos 24 miembros del COI para seleccionar a esta ciudad. Dinero, becas universitarias, vacaciones fueron algunos de estos sobornos que acabaron con la expulsión de varios miembros del COI y la reforma del proceso de selección para evitar futuros casos.
Aunque en los últimos años se han realizado análisis económicos que demuestran el perjuicio económico que supone ser la sede de los JJOO. El ejemplo más claro son los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016, ciudad donde hubo que realizar inversiones superiores a los 11.000 millones de euros y que a día de hoy muchas de ellas están sin usar y derrumbadas. La realidad es que para los países es una oportunidad de ejercer poder sobre el resto y estar presente en los medios de comunicación de todos los países, incluso de sus rivales mundiales.
Por otro lado, el COI suele estar presionado por organismos internacionales y la opinión pública para defender los Derechos Humanos, sobre todo cuando los Juegos se celebran en países con dudoso cumplimiento de los mismos. Los dos ejemplos más claros son los Juegos Olímpicos de Sochi (Rusia) y de Beijing (China). En el caso de Rusia, la legislación del país es muy dura contra los símbolos y manifestaciones LGTBIQ, lo que llevó a varios líderes como Barack Obama, François Hollande, Joachim Gauck, David Cameron y Stephen Harper a no asistir a la ceremonia de apertura. Por su parte, en 2008 Beijing fue sede de los Juegos Olímpicos y hubo una gran presión internacional hacia el COI por escoger un país donde había una gran preocupación con el tratamiento humano sobre las minorías uigures y las delicadas situaciones de Hong Kong y el Tíbet. A pesar de estas controversias, ambas celebraciones siguieron adelante.
Otro aspecto donde el COI es fundamental es en la lucha contra el dopaje. Los países anfitriones buscan hacer un buen papel durante sus juegos, lo que lleva a los gobiernos y deportistas a utilizar métodos poco lícitos para mejorar sus resultados. Uno de los casos más sonados fue el de Rusia, donde se descubrió la existencia de toda una trama nacional dedicada a manipular pruebas y a respaldar a numerosos atletas a hacer uso de sustancias prohibidas. Pero este no es el único y en las últimas décadas también ha habido otros sonados casos de dopaje.
En suma, el poder que posee el COI al organizar el gran acontecimiento deportivo de la humanidad por excelencia lo convierte en un actor internacional político siempre rodeado por la crítica y las presiones.
Cuando el deporte se encuentra con la política
La influencia de la política en los Juegos Olímpicos se ha manifestado a través de diversos actos, gestos, propaganda, guerras y conflictos que han dejado una marca indeleble en la historia del evento. Desde la propaganda y la demostración de poder hasta los boicots y las protestas, los Juegos han sido un reflejo de las tensiones y dinámicas geopolíticas mundiales.
Uno de los ejemplos más destacados de propaganda política en los JJOO ocurrió en 1936, cuando la Alemania nazi utilizó los Juegos de Berlín para promover su ideología de superioridad racial. Adolf Hitler y su régimen aprovecharon la plataforma olímpica para intentar mostrar la supremacía aria y la fortaleza de la Alemania nazi. No obstante, dichos esfuerzos fueron en parte socavados por atletas como Jesse Owens, un afroamericano que ganó cuatro medallas de oro, desafiando la narrativa racista del régimen nazi.
Los Juegos Olímpicos también han sido escenario de actos de protesta y gestos políticos significativos. En 1968, durante los Juegos de México, los atletas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos realizaron el saludo del poder negro en el podio mientras se tocaba el himno nacional, en protesta contra la discriminación racial en Estados Unidos. Este acto simbólico capturó la atención mundial y se convirtió en un ícono del movimiento de derechos civiles, demostrando cómo los atletas pueden utilizar el escenario olímpico para hacer declaraciones políticas poderosas.
En 1972, los Juegos de Múnich fueron trágicamente interrumpidos por el ataque terrorista del grupo palestino Septiembre Negro, que secuestró y asesinó a 11 miembros del equipo olímpico israelí. Este evento dramático puso de relieve las tensiones políticas en el Medio Oriente y tuvo un impacto duradero en la seguridad y la organización de los eventos deportivos internacionales, evidenciando cómo los conflictos políticos pueden irrumpir en el escenario olímpico de manera violenta y traumática.
La Guerra Fría también dejó una profunda huella en los Juegos Olímpicos a través de una serie de boicots. En 1980, más de sesenta países, liderados por Estados Unidos, boicotearon los Juegos de Moscú en protesta por la invasión soviética de Afganistán. Cuatro años más tarde, la Unión Soviética y otros países del bloque del Este boicotearon los Juegos de Los Ángeles en represalia. Estos boicots no solo alteraron significativamente la competencia deportiva, sino que también reflejaron las tensiones geopolíticas de la época y utilizaron el escenario olímpico como un campo de batalla simbólico de la rivalidad ideológica entre el Este y el Oeste.
El uso de los Juegos Olímpicos como una demostración de poder y prestigio también es notable. En 2008, China utilizó los Juegos de Beijing para proyectar su imagen de potencia emergente, organizando ceremonias de apertura y clausura impresionantes que mostraron su cultura y capacidad organizativa. Este evento fue visto como una declaración de la creciente influencia de China en el escenario mundial, a pesar de las críticas internacionales sobre su historial de derechos humanos.
Las redes sociales y las plataformas digitales han añadido una nueva dimensión a la influencia política en los JJOO. Durante los Juegos de Tokio 2020, se usaron ampliamente para movilizar la opinión pública y visibilizar diversas causas políticas y sociales. Activistas de derechos humanos utilizaron estas plataformas para criticar las políticas de China en Xinjiang y el Tíbet, así como para abordar cuestiones de género y diversidad en el deporte. La capacidad de las redes sociales para amplificar las voces y las protestas ha convertido a los Juegos Olímpicos en un escenario aún más dinámico y políticamente cargado.
De Tokio a París, del Covid-19 a los conflictos internacionales
Los Juegos de Tokio estuvieron marcados por la crisis mundial, económica y sanitaria, la cual también se transformó en una guerra comercial entre los países. Tras los JJOO de 2021, han surgido numerosos conflictos internacionales provocando tensiones entre los países como la invasión de Putin sobre Ucrania, el conflicto entre China y Taiwán o la actuación con tintes genocidas de Israel en Gaza, entre otros ejemplos. Por ello, con el deseo de “reunir al mundo”, el COI evitó boicots y exclusiones para congregar en las Olimpiadas de París a delegaciones del mundo entero, pero aún debe lograr que el evento sea una burbuja de paz. Aunque no hubo boicots, el Comité Olímpico Internacional sí tomó una decisión significativa al sancionar a Rusia y Bielorrusia, prohibiendo su participación en los Juegos Olímpicos de París como respuesta a las agresiones internacionales realizadas desde hace ya más de dos años. Esta medida refleja cómo las sanciones deportivas se han convertido en una herramienta de presión política en la arena global. Los atletas rusos y bielorrusos sólo pudieron competir bajo la bandera de Atletas Individuales Neutrales (AIN), una decisión que, en sí misma, es un gesto político, subrayando la postura internacional contra las acciones de sus gobiernos.
En un eco de la Guerra Fría, Rusia ha reaccionado organizando sus propias competiciones, como los Juegos BRICS y los próximos Juegos Mundiales de la Amistad. Una estrategia recuerda a las tácticas de la Unión Soviética en 1984, cuando respondió al boicot occidental de los Juegos de Los Ángeles con sus propios eventos deportivos. Tales acciones demuestran cómo el deporte sigue siendo un campo de batalla simbólico en la geopolítica, donde las naciones intentan mantener su prestigio y proyectar poder, incluso en medio de sanciones internacionales.
Ahora bien, el conflicto que generó más tensiones en París no fue el ruso, sino el largo, violento y asimétrico enfrentamiento entre Israel y Palestina. Pese a las crecientes protestas que pedían la expulsión del equipo olímpico israelí debido a su constante y descarnada ofensiva en Gaza, que ha dejado más de 40.000 muertos, el COI decidió permitir la participación de Israel. La neutralidad mostrada ante los ataques de Israel está facilitando un ejercicio de sportwashing. Esta decisión contrasta con la postura tomada contra Rusia y revela las complejidades geopolíticas que afectan al COI, mostrando cómo las dinámicas de poder globales influyen en el manejo de los conflictos en el deporte.
Pensábamos que estos serían los Juegos de la geopolítica. Sin embargo, hemos visto como verdaderamente han sido unos Juegos marcados por la llamada guerra cultural desde su ceremonia inaugural en el Sena que ha generado críticas y rechazos públicos de Donald Trump y el mundo cristiano por la interpretación de La Última Cena de Leonardo Da Vinci.
En contraposición, Emmanuel Macron, presidente de la República de Francia, atribuyó a este acto como signo de la libertad. En lugar de centrarse inmediatamente en la formación de un nuevo gobierno, el mandatario francés puso énfasis en los Juegos Olímpicos como un símbolo de unidad y prestigio nacional, lo cual le ha permitido mantener un perfil alto en el ámbito internacional y mostrar a Francia como un país dinámico y organizado. Logró evitar la presión inmediata del Nuevo Frente Popular (NFP) y de la opinión pública sobre la formación del gobierno, usando el evento deportivo como una distracción efectiva.
Se ha de considerar que tras las elecciones legislativas de 2024, el NFP, quien resultó ser la primera fuerza política, propuso a la economista y alta funcionaria Lucie Castets. Sin embargo, Macron, a quien constitucionalmente corresponde nombrarla, la ha ignorado casi por completo. Piensa que no está en condiciones de construir una mayoría, aunque sea la candidata de la primera fuerza de estos recientes comicios. Por ello, éste utilizó los preparativos y el impulso de los Juegos Olímpicos de París como una herramienta para desviar la atención de la falta de progreso en la formación de un nuevo gobierno.
Incumpliendo la ekecheiria
Hemos sido testigos de un nuevo incumplimiento de la tradición griega de la ekecheiria, un período en el que las guerras se suspendían temporalmente para permitir que los atletas compitieran en los Juegos Olímpicos, se originó en el siglo VIII antes de Cristo. En 1992, el COI revivió esta tradición, exhortando a todos los países a respetar la tregua olímpica. La Asamblea General de la ONU respaldó esta iniciativa con la resolución 48/11 del 25 de octubre de 1993, instando a los Estados Miembros a observar esta paz olímpica. A lo largo de la historia hemos visto casos como el de Corea del Sur y Corea del Norte. En esta ocasión, Xi Jinping animó a los países a cumplir con esta tradición que Rusia parece haber respetado, pero que Israel no se comprometió a cumplir durante la duración de los Juegos. Esta tregua olímpica se vio con los jugadores de tenis de mesa mixto de Corea del Norte y Corea del Sur, junto a China, protagonizaron una imagen inusual debido a la situación política de sus países, demostraron simpatía entre ellos al realizar un selfie histórico por sus relaciones internacionales. Aun así, la representante del equipo de refugiados, Maniszha Talash, sacó una inscripción que decía “Free Afghan Woman” realizando una crítica al régimen talibán. En esta ocasión, el COI sí se posicionó y decidió descalificar a la atleta por la muestra de mensajes políticos en un país donde no se respetan los derechos humanos.
Desde el principio, la política se ha reflejado en estos JJOO por la vía de las batallas ideológicas por la identidad nacional, religiosa o sexual. Durante su realización, hemos observado cómo han surgido numerosas reacciones de entidades políticas como en la polémica surgida con la boxeadora argelina Imane Khelif durante el combate contra la italiana Angela Carini, donde numerosos políticos como la primera ministra italiana Giorgia Meloni salieron a atacar a Khelif de adulterar la competición. Como estamos en la era digital, donde la desinformación corre más que la veracidad, se empezaron a lanzar bulos sobre el sexo de la argelina. Rápidamente el COI salió en defensa de la boxeadora argelina, afirmando que superó las mismas pruebas de elegibilidad que el resto de las participantes. También surgieron apoyos de personas influyentes y políticos en defensa y criticando los bulos publicados y difundidos rápidamente por las redes sociales. Tras la imagen icónica de la boxeadora italiana, la Asociación Internacional de Boxeo (IBA) anunció que le otorgaría el premio integró como si hubiera sido campeona olímpica. Cabe destacar que el COI no reconoce a la IBA por sus numerosos problemas de gobernabilidad y de supuestos fraudes sufridos en los últimos años.
Khelif ha sido reciente campeona olímpica de oro en la categoría femenina de boxeo en los Juegos Olímpicos de París 2024, como ya ocurrió Tokio 2020. Asimismo, es relevante mencionar que Khelif proviene de Argelia, un país donde, según fuentes como Equality Index, tanto el cambio de género como los cuidados médicos relacionados con la afirmación de género son ilegales. La Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA), por su parte, señala que la legislación argelina prohíbe legalmente los procedimientos de cambio de sexo y no permite modificar el género en los documentos oficiales.
En definitiva, las batallas culturales, al final, son igualmente batallas geopolíticas porque están ligadas entre sí. Y recuerden, todo es política, los deportes también.
Los Juegos Olímpicos de España en 1936 y otros eventos deportivos paralelos
En 1936, España se encontraba en una encrucijada política y social, marcada por la creciente tensión entre las fuerzas de izquierda y la amenaza del fascismo, que ya se consolidaba en países como Alemania e Italia. Ese año, los Juegos Olímpicos oficiales se iban a celebrar en Berlín, en plena Alemania nazi. Adolf Hitler planeaba utilizar el evento como una herramienta de propaganda para exhibir la supuesta superioridad de la raza aria y legitimar su régimen ante la comunidad internacional.
Frente a esto, en España, un país con un gobierno del Frente Popular y una fuerte movilización de movimientos de izquierda, surgió la idea de organizar una Olimpiada alternativa: la Olimpiada Popular. Este evento, planeado para celebrarse en Barcelona, se concibió como una respuesta al boicot que no había logrado impedir la realización de los Juegos en Berlín. La Olimpiada Popular se presentó como un escaparate para promover los valores democráticos, la paz y la lucha contra el fascismo.
A diferencia de los Juegos Olímpicos de Berlín, la Olimpiada Popular tenía un carácter inclusivo y progresista. Contemplaba la participación de judíos exiliados de Europa, así como de personas de pueblos colonizados del norte de África, quienes representarían a naciones sin estado. Además, la competición ofrecía mayores oportunidades a las mujeres, rompiendo con las limitaciones impuestas en otros eventos deportivos internacionales.
La inauguración de la Olimpiada Popular estaba prevista para el 19 de julio de 1936, pero fue frustrada por el estallido de la Guerra Civil Española, iniciado por el golpe de estado del general Francisco Franco. El conflicto bélico, que sumió al país en años de violencia y represión, impidió que la Olimpiada Popular se llevase a cabo, dejando el evento como un símbolo de la resistencia antifascista y un testimonio de las aspiraciones democráticas de una España que, en aquel momento, estaba a punto de ser arrastrada hacia una dictadura que duraría casi cuatro décadas.
Aunque nunca se celebró, la Olimpiada Popular de 1936 permanece en la memoria histórica como un esfuerzo por defender la libertad y la igualdad a través del deporte, en un contexto de creciente autoritarismo y conflicto global.
A lo largo de la historia también ha habido varios eventos deportivos organizados como alternativas a los Juegos Olímpicos, generalmente motivados por razones políticas, ideológicas o sociales. Estos eventos surgieron en diferentes contextos históricos y reflejaron tensiones políticas o intentos de crear plataformas deportivas alternativas a las dominadas por el mundo occidental.
Uno de los ejemplos más significativos fueron las Spartakiadas, organizadas por la Unión Soviética y otros países del bloque socialista. Estos juegos comenzaron en la década de 1920 y se llevaron a cabo como una alternativa a los Juegos Olímpicos, que los líderes soviéticos consideraban demasiado asociados con el capitalismo y el imperialismo occidental. Las Spartakiadas buscaban promover los valores del comunismo y la fraternidad internacional entre los países socialistas, sirviendo también como una demostración de la superioridad física y organizativa del sistema comunista.
Otro caso relevante fue el de los Juegos de la Amistad en 1984, que surgieron como una respuesta directa al boicot del bloque del Este a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Ante la ausencia de muchos países socialistas en esos Juegos, la Unión Soviética organizó los Juegos de la Amistad, en los que participaron atletas de los países del Pacto de Varsovia y otras naciones aliadas. Estos juegos se celebraron en varias sedes a lo largo del bloque socialista y sirvieron como una forma de desafiar el dominio occidental en el deporte olímpico y mantener el espíritu competitivo entre los países socialistas.
Los Juegos Macabeos, fundados en 1932, también son un ejemplo de un evento deportivo alternativo. Estos juegos fueron creados por la comunidad judía internacional como una respuesta a la exclusión y discriminación que muchos atletas judíos enfrentaban en el deporte internacional, particularmente en Europa, donde el antisemitismo estaba en auge. Los Juegos Macabeos proporcionaron una plataforma para que los atletas judíos pudieran competir en un ambiente de inclusión y respeto, y se convirtieron en un símbolo de la resistencia cultural y la identidad judía en tiempos de creciente persecución.
Otro ejemplo interesante son los GANEFO (Juegos de las Fuerzas Emergentes), organizados por Indonesia en 1963. Estos juegos surgieron después de que el Comité Olímpico Internacional prohibiera la participación de Indonesia en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964 debido a su negativa a permitir la participación de atletas israelíes y taiwaneses. En respuesta, Indonesia, con el apoyo de varios países del Tercer Mundo, organizó los GANEFO como una plataforma alternativa para los países que se sentían marginados por el orden deportivo internacional dominado por Occidente. Los GANEFO fueron un intento de desafiar la hegemonía occidental en el deporte y promover la solidaridad entre los países no alineados.
Estos eventos deportivos alternativos a los Juegos Olímpicos no solo reflejan la politización del deporte, sino también el deseo de distintos grupos y naciones de utilizar el deporte como una herramienta para promover sus ideologías, valores y agendas políticas en un escenario global. A lo largo del siglo XX, estos juegos han servido como plataformas para expresar resistencia, afirmar identidades culturales y desafiar la dominación de potencias establecidas en el ámbito internacional.
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