Argentina y el establecimiento de un partido conservador: pasado y presente
El triunfo electoral de Mauricio Macri supuso el cambio de rumbo de un proceso que hasta la fecha había sido fallido. ¿Cómo ha sido el establecimiento de un partido conservador en la Argentina?
Ensayo bibliográfico de los libros:
Class and Conservative Parties. Argentina in Comparative Perspective (Johns Hopkins University Press, 1996) de Edward L. Gibson.
El sueño intacto de la centroderecha y sus dilemas después de haber gobernado y fracasado (Siglo XXI Editores, 2023) de Mariana Gené y Gabriel Vommaro.
Los partidos conservadores, con sus respectivas variaciones dependiendo del país, han tenido tradicionalmente un papel protagónico en los sistemas de partidos de la Europa Occidental. Un ejemplo claro es el de los conservadores británicos, que desde los inicios del parlamentarismo en este país siempre han sido una de las dos principales fuerzas políticas con capacidad de disputar el control de la Cámara de los Comunes. En cambio, en América Latina, y particularmente en Argentina, dicho patrón no es tan evidente.
El presente ensayo bibliográfico abordará cómo ha sido el establecimiento partidario de los conservadores en Argentina. Por ello, Class and Conservative Parties. Argentina in Comparative Perspective del politólogo norteamericano Edward L. Gibson proporcionará una mirada profunda del desempeño del conservadurismo argentino a lo largo del siglo XX. En tanto, la segunda parte del ensayo contará con una perspectiva más actual sobre el tema al tratar con el libro El sueño intacto de la centroderecha y sus dilemas después de haber gobernado y fracasado de los sociólogos argentinos Mariana Gené y Gabriel Vommaro, que busca hacer un balance de la experiencia de Cambiemos (Juntos por el Cambio desde 2019). Por último, se darán algunas pinceladas en un apartado final en relación con las reconfiguraciones sucedidas en la extinta coalición Juntos por el Cambio (en especial en el PRO) desde que Javier Milei llegó a la presidencia de la Argentina.
Los problemas para crear un partido de corte conservador
Edward L. Gibson parte de una conceptualización de los partidos conservadores que le sirva para el estudio comparado y después, con el marco teórico expuesto, se centra en el desarrollo de este tipo de partido en la Argentina.
Empezando por la conceptualización, el autor realiza una definición mínima: “los partidos conservadores son aquellos que toman sus bases electorales principales de los estratos más altos de la sociedad” (p. 7). No incorpora el elemento ideológico debido a los requerimientos del análisis comparado. Con el concepto de «bases electorales principales», señala que son los sectores más pudientes de la sociedad los que determinan el programa político del partido y su capacidad de acción. Esto no excluye su naturaleza policlasista ni tampoco la presencia de jerarquías al interior de las formaciones.
Identificar cuáles son esas bases principales implica separar la agregación de votantes de los grupos de interés, pero también fijarse en la composición social, las fuentes de recursos, o la detección de los intereses sociales. En consecuencia, lo que se percibe es que constituyen una porción pequeña del electorado de un partido conservador y lo que le hace competitivo en la arena electoral es su «base masiva», que implica la movilización de apoyo de aquellos sectores no principales. El crecimiento externo solo llegará en el momento que haya una cohesión a nivel interno, por lo que las tensiones que alberga todo este proceso requerirán la medicación de los líderes políticos. Asimismo, la negación de la trascendencia de las clases como eje divisor de la vida social y política es vital a la hora de su establecimiento como partido.
En el marco de América Latina, los líderes conservadores y las bases electorales principales del conservadurismo existente en la región durante el siglo XX se movieron con cierta fluidez por otras esferas más allá de la política electoral. Del mismo modo, un argumento central en Gibson es que las formaciones conservadoras en el momento que aceptaron los cauces democráticos permitieron que los sistemas democráticos fuesen más estables, aun cuando insiste que esto no implica unos regímenes «mejores» o «más representativos». Para llegar a ese argumento, el autor recurre a una revisión empírica sobre los tipos de regímenes vigentes en los países de América Latina desde el surgimiento de la política de masas hasta 1990 y lo enlaza con el comportamiento de los partidos conservadores.
Así pues, en América Latina los partidos conservadores contaron con un desarrollo divergente, existiendo algunos con una gran perdurabilidad en la vida política y otros con un corto recorrido. No se puede llegar a separar la formación de los sistemas de partidos con la formación de los partidos conservadores. Gibson marca una diferencia de países en relación con dicho desarrollo: en los casos de Chile, Colombia y Uruguay hubo un largo recorrido en la organización de este tipo de partidos, mientras que en Brasil, Perú, Argentina y Venezuela se tuvo que recurrir a medios institucionales, dado que la política partidaria era un área precaria.
La pregunta que entonces se hace Gibson es: ¿qué factores propiciaron que en el desarrollo simultáneo de las formaciones conservadoras surgiesen en algunos países con un gran alcance y en otros no llegaron a ser fuertes? Para rastrear posibles respuestas, se retrotrae a la fase inicial de la formación partidaria y más en concreto a las divisiones de la clase alta. Por ende, la cuestión regional, la lucha entre la ciudad y el campo, se entiende como el problema de mayor alcance que aún no se había resuelto durante la etapa de gobierno oligárquico.
En el caso de la Argentina, aunque regímenes constitucionales civiles gobernaron el país entre 1880 y 1930, la polaridad regional es algo que se siguió manteniendo en dichos años. Era un clivaje regional que enfrentaba a la zona costera, Buenos Aires y el Litoral, con la provincias del interior y que quedaba patente desde el modelo de crecimiento hasta la raíz cultural. El régimen oligárquico, que fue creado por la llamada Generación del 80 y que perduraría hasta 1916, intentaba ser una solución institucional al conflicto. Sin embargo, la dinámica al interior de la élite, en la que prevalecía los clivajes económicos a nivel regional, impedía una estabilidad del régimen oligárquico. Los intentos de crear un partido propio no frenaron a la Unión Cívica Radical (UCR), que se había fundado en el año 1891. Para volver al poder, los conservadores tuvieron que recurrir a un golpe de Estado en 1930, manteniéndose hasta 1943.
Para Gibson, la última etapa de gobierno conservador de carácter civil en la Argentina del siglo XX concluyó en 1943 con el caída de la Concordancia. Desde entonces, el movimiento conservador, que estaba atravesado por la dualidad regional, tuvo que hacer frente no solo a una organización de masas, sino a dos, el radicalismo y el peronismo. Tras 1955, estaría dividido entre los «federalistas» del interior y los «liberales» de Buenos Aires. Eran dos facciones que tenían la finalidad de obtener incidencia en los asuntos nacionales, pero sus estructuras organizaciones eran distintas. El clivaje regional, por tanto, fue la variable histórica más significativa que definió en la Argentina los alineamientos conservadores en la arena electoral.
Durante la última dictadura militar en la Argentina (1976-1983), también existió la intención de realizar una transición conservadora, es decir, el empleo de los resortes estatales con el objetivo de crear una coyuntura favorable que permitiese a los conservadores su supervivencia electoral con la vuelta de la democracia. Pero supuso un fracaso. Con la vuelta a la democracia en 1983, tocaba una profunda reorganización en el movimiento conservador si querían ser influyentes en la vida política argentina. Era el momento de reestructurar un equilibrio de poder diferente en el seno de este movimiento. En la región de Buenos Aires, y no en el interior del país, era donde se daba la pugna más marcada, siendo en 1983 en concreto cuando se volvió más intensa. La victoria fue para la Unión del Centro Democrático (UCeDé) liderada por el tecnócrata liberal Álvaro Alsogaray, quien no había sido salpicado por su relación con el régimen militar. El autor de este libro, en consecuencia, focaliza su estudio en cómo se desarrolló la organización de la UCeDé en el contexto post-dictadura.
Para las presidenciales de 1983, el conservadurismo argentino no se presentaba solo bajo las siglas de la UCeDé, ya que por otro lado estaban los federalistas, que al mismo tiempo se postulaban con varias listas. Así pues, los resultados mostraron entonces que el contexto político se había transformado. Por una parte, la victoria de la UCR con Raúl Alfonsín a la cabeza mostraba que la «amenaza peronista» se podía contener por medios electorales. Por otra parte, se pudo resolver la disputa interna del control del conservadurismo en la región de Buenos Aires debido al nada desdeñable respaldo que había recibido la UCeDé. Los años ochenta fueron una época de transformaciones para los liderazgos conservadores en América Latina. Más allá de que estos grupos entendieron que la disputa estaba en la política partidaria, las reconfiguraciones estuvieron propiciadas por la incorporación del (neo)liberalismo económico al movimiento conservador o por el tipo de repuestas que creían que tenían que dar ante la grave crisis económica que hubo en dicha década. Fue un momento de renovación y en la UceDé, en el período de su consolidación, esto también se pudo ver.
Buenos Aires fue el centro de operaciones del partido de Alsogaray, y a partir de la popularización de su discurso, hizo que se convirtiese en un partido policlasista, teniendo su base masiva entre los estratos medios de la población aunque con una gran dependencia del voto de la clase alta. Los principales escollos para su crecimiento se debieron a la falta de apoyo de la comunidad empresarial, quien se hallaba apegada al Estado. Ese elemento de corporativismo entre el empresariado argentino llevaba a que la estrategia de oposición ucedeísta no contase con mayor sustrato. En este punto, se identifica una diferencia con el movimiento conservador de otros países latinoamericanos que tuvieron tal impulso en años de cambio social y declive económico. El desmoronamiento de la UCeDé llegó a partir de 1989 por los efectos divisorios del clivaje regional entre el conservadurismo argentino y la invitación de colaboración del presidente Carlos Menem a algunos de sus dirigentes. La entrada en los aparatos estatales a través del peronismo atrajo en un primer momento a los líderes de este partido, pero a la larga condenaba a su organización política a la desaparición. Al final las aspiraciones conservadoras de llegar al poder vía elecciones quedaban de nuevo frustradas.
Por tanto, de este libro, se ha de destacar los conceptos de bases principales y bases masivas empleados por Gibson con el fin de llevar a cabo de forma consistente un análisis comparado de los partidos conservadores. Son dos conceptos que proveen de otra perspectiva analítica sobre los partidos políticos, que lo enriquecen, al poder acoplarse bien con estudios de diferente índole y facilitar la comparación entre países.
Cuando centra su análisis en la Argentina, un aspecto que sobresale es el clivaje del regionalismo. Durante todo el siglo XX, en la política argentina el conflicto regional estuvo presente y no permitió una implantación duradera de las distintas organizaciones conservadoras que se crearon. Pero no es el único elemento que explica el fracaso del partico conservador en Argentina. La relación élites empresariales-Estado también opera a este respecto. Es un tema que cobra sentido sobre todo durante la década de los ochenta. En tanto no hubo un intento de nacionalización del sistema bancario, el sector empresarial no se movilizó a favor de una partido político de corte conservador, optando en todo caso por otro tipo de recursos.
La primera fuerza de centroderecha en llegar al poder vía urnas
Desde la vuelta a la democracia hasta 2007, la derecha partidaria había estado dispersa y era inestable. La UCeDé de Alsogaray no cumplió con las expectativas. Tampoco la formación Acción por la República creada por Domingo Cavallo, ministro de Economía durante parte de la presidencia de Menem. Las perspectivas de esta fuerza se desvanecieron una vez el proyecto de la Convertibilidad, cuyo principal impulsor fue el propio Cavallo, mostró su fracaso rotundo. Era un partido que dependía claramente del desempeño de la Convertibilidad. A su vez, esa «conservadorización del populismo» que Edward L. Gibson relaciona con el menemismo no se pudo asentar. La presidencia de Menem no tuvo un buen final y la crisis de 2001 y sus posteriores implicaciones terminaron por dinamitar el menemismo como un movimiento con raíces populares.
La crisis de 2001 provocó un cambio radical en el escenario político de la Argentina. En un contexto de rechazo de los partidos tradicionales y de la clase política en sí, se convirtió en una oportunidad para el surgimiento de nuevas formaciones políticas. Por tanto, Propuesta Republicana (PRO) surgió de la unión de Compromiso para el Cambio liderado por el empresario Mauricio Macri y Recrear del economista ortodoxo Ricardo López Murphy. En 2007 el PRO con Macri a la cabeza lograría el gobierno de la ciudad de Buenos Aires (CABA).
Con esto, se puede pasar a tratar el libro El sueño intacto de la centroderecha y sus dilemas después de haber gobernado y fracasado. Entonces el punto de partida del libro de Mariana Gené y Gabriel Vommaro es enmarcar a Cambiemos, la coalición electoral que reunía al PRO junto a la UCR y la Coalición Cívica de Elisa Carrió, como el primer proyecto político de centroderecha que accedía al poder por la vía electoral. Macri se convertía en el primer presidente no peronista ni radical de la historia reciente del país.
Pero la llegada del PRO a la presidencia de la Argentina no se llevó a cabo a través de un despliegue rápido, sino que se requirió más de una década. Así, los autores destacan que el PRO previamente había llevado a cabo un proceso exitoso de construcción partidaria. Macri y su círculo cercano establecieron un diseño para toma de decisiones de carácter centralizado e informal, que acaparó la definición de tres aspectos: el discurso público, la selección de candidatos y la estrategia electoral. Ahora bien, de cara a su lanzamiento a nivel nacional, el PRO era un partido cuyo ámbito de acción política hasta 2015 se concentraba en la CABA.
De esta forma, se optó por tender una alianza con la Unión Cívica Radical, que desde la caída del gobierno de Fernando de la Rúa había perdido centralidad. La elección de Ernesto Sanz como presidente de la UCR en 2013 propició un giro a la derecha de este partido histórico. La «crisis del campo» del 2008 representó un momento de agudización de la polarización política a partir del eje kirchnerismo-antikirchnerismo, por lo que reubicaba a los radicales como fuerza opositora. La nueva UCR, asimismo, se configuraba como “un partido débil en la región metropolitana y fuertemente arraigado en algunas provincias del interior” (p. 82). Estos aspectos impactaron en la decisión de la UCR sellar una alianza electoral con el PRO, que se concretó en la Convención de Gualeguaychú.
Gené y Vommaro también dedican un capítulo a la importancia de figuras con pasado peronista a la hora de armar el PRO y posteriormente Cambiemos, distinguiendo tres etapas de ingreso. La primera etapa tuvo lugar en 2003. Estos peronistas en su mayoría habían sido menemistas convencidos, por lo que una vez integrados en el partido, sobresalían por sus posiciones más conservadoras en términos culturales y por su defensa de las ideas neoliberales en el plano económico. La segunda etapa coincidió con la construcción del proyecto presidencial de Macri. De cara a las elecciones de 2015, fueron los que se encargaron del armado político territorial, lo cual resultaría fundamental para la expansión territorial del PRO y el crecimiento de Cambiemos. Para la última etapa, habría que esperar todavía unos años.
El PRO era el principal partido en la configuración de Cambiemos. Así pues, su éxito electoral se explicaba a partir de la reformulación programática de las tradiciones ideológicas de la derecha argentina, un giro pragmático para constituir un espacio de renovación de la centroderecha. De todos modos, la victoria de Macri frente a Daniel Scioli (Frente para la Victoria) se producía por un margen estrecho de votos, además de llegar con minoría en ambas cámaras del Congreso y con cuatro gobernadores de un total de veinticuatro. Los autores señalan que por ese tiempo existían estrechos márgenes para aplicar el proyecto macrista basado en la modernización gerencial del Estado y la desregulación económica «controlada».
A propósito del desempeño del gobierno de Cambiemos, la primera mitad del mandato se mantuvo la gobernabilidad, aun cuando los resultados económicos prometidos no llegaron. Para Gené y Vommaro, el año 2017 fue “el punto más alto de poder del gobierno de Cambiemos y también el inicio de su caída” (p. 39), que coincidía con las elecciones de medio término. El buen desempeño de ese año propició que Macri y su círculo tomasen la decisión de poner en marcha la agenda promercado que hasta el momento había quedado postergada, por lo que la reforma previsional fue el primer paso. Sin embargo, esta reforma no salió como se esperaba en un principio, sumado a que entre 2018 y 2019 todos los indicadores económicos empeoraron. Tampoco proporcionaron un panorama más óptimo los dos préstamos que se firmaron con el Fondo Monetario Internacional (FMI), más allá de aumentar enormemente el volumen de deuda del país.
En el capítulo dedicado al PRO durante la etapa gubernamental, se apunta que “creció poco en su anclaje territorial más allá de la CABA y de algunos distritos de la provincia de Buenos Aires” (p. 172). Además, no se produjo una ampliación ni de su dirigencia ni su base social. Respecto a su relación con el radicalismo, tal y como lo exponen los autores del libro, se sintetizaría en la idea macrista de que Cambiemos era una coalición electoral, no de gobierno, por lo que la UCR contó con poca incidencia durante este mandato. Los armadores peronistas tampoco consiguieron alterar un gobierno en el que la toma de decisiones se encontraba centralizada en la figura de Macri y su «mesa chica», en la que se encontraban, entre otros, Marcos Peña, su mano derecha, o Jaime Durán Barba. En este último caso, las diferencias existentes eran de carácter táctico no ideológico.
Por otro lado, el análisis que realizan Gené y Vommaro en torno a la relación de las élites empresariales con el gobierno de Macri resulta una de las partes más destacadas del libro. Una pregunta entonces nuclea esta parte: ¿hasta qué punto el PRO había conseguido ser el «partido de los empresarios»? Aun cuando la pregunta que plantean los autores parece de primeras un tanto provocadora, con el desarrollo de la respuesta se percibe una permanente descoordinación del sector empresarial y un exceso de confianza del gobierno cambiemita.
Así, los gobiernos kirchneristas habían estado marcados por una casi constante confrontación con el empresariado argentino, mientras que el PRO era un partido con un estrecho vínculo con los empresarios en la medida que su propio líder venía de ese mundo. Como remarca el politólogo Felipe Monestier, la base principal del PRO se encontraba constituida por algunos de los segmentos más destacados de las élites económicas. No obstante, para Gené y Vommaro, “el partido logró expresar intereses de los empresarios, pero no logró articular a los empresarios como clase” (p. 212), no pudo generar relaciones orgánicas, permanentes y coordinadas. Con la formación de Cambiemos, la consistencia electoral fue mayor, a pesar de que no incorporó vínculos empresarios organizados. Todo ello acabó impactando durante la etapa gubernamental, no existían relaciones coordinadas con el empresariado y por ende hubo dificultades para generar apoyos de estos actores en los momentos de crisis. No era suficiente que el gobierno fuese promercado. También producía tensiones con las élites económicas ese ideal macrista de empresas no dependientes del Estado.
La relación de este gobierno con los actores sociales, mientras, pasó de unos primeros años marcados por una relativa paz social a un final de mandato con una mayor conflictividad social. El reto de Macri era cómo contener a unos movimientos que no eran afines a su agenda de reformas promercado. Finalmente, de acuerdo con los autores, el cambio de estrategia de 2017 tuvo como principal costo político para el gobierno de Cambiemos una oposición fortalecida y el afianzamiento de una alianza kirchnerismo-actores sociales, tras unos últimos años marcados por el distanciamiento y la hostilidad.
Llegados al ciclo electoral de 2019, las opciones de triunfo del oficialismo pasaban por la división del peronismo. No ocurrió. El peronismo acabó concurriendo en una misma candidatura, el Frente de Todos, que tendría a Alberto Fernández como candidato a presidente y a Cristina Fernández de Kirchner postulándose a la vicepresidencia. Ante este movimiento imprevisto, Macri respondió con la nominación del hasta entonces senador peronista Miguel Ángel Pichetto como compañero de fórmula. La incorporación de Pichetto marcaba la tercera etapa de incorporación de figuras procedentes del justicialismo.
Lo ocurrido en las elecciones primarias de 2019, en cambio, supuso una sorpresa para Juntos por el Cambio (anteriormente Cambiemos) dado que el Frente de Todos logró el 47% de los votos. Juntos por el Cambio tenía dos meses para intentar que el resultado de las presidenciales fuese distinto. Por ello, Gené y Vommaro destacan que la coalición centroderechista se valió de las marchas, un recurso que en el pasado el PRO había despreciado, para movilizar a su base social y atraer a nuevos votantes. Esto se combinaba con una derechización del discurso de Macri, el cual servía para buscar retener al electorado conservador.
Para los autores, las marchas del «Sí se puede» dieron vitalidad al PRO y la coalición que lideraba. Si bien no fue suficiente para obtener la reelección presidencial, la experiencia de Cambiemos terminaba con una consolidación de una coalición no peronista controlada por la centroderecha. De igual manera, la derrota de Macri, primer presidente que intentó la reelección y no la logró, activaba frentes que ya estaban previamente latentes. A partir de diciembre de 2019, el ahora exmandatario “dejó de ser el principal activo electoral y líder indiscutido del partido” (p. 192). El PRO se volvía un partido más complejo en tanto se afianzaban los liderazgos de Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta y no existía un único comando para los tres aspectos de la toma de decisiones (discurso público, selección de candidatos y estrategia electoral). Aun cuando contaba con más intérpretes, el «sueño de la Argentina liberal» continuaba intacto.
El libro tratado aquí no pasa por alto los cuatro años del Frente de Todos, que terminó mostrando un peronismo debilitado y descoordinado y una gestión de gobierno fallida. Se vislumbraba que el escenario político-electoral de 2023 sería favorable para las opciones de la derecha, habida cuenta de que también se estaba produciendo un crecimiento de la opción libertaria encabezada por Javier Milei.
Por tanto, el libro de Mariana Gené y Gabriel Vommaro sobresale por el análisis de la experiencia de Cambiemos a partir de diferentes ángulos, lo que permite trazar un panorama completo de lo que fue su conformación, su ascenso y su derrota. En comparación con el libro de Gibson, el marco temporal trazado por estos autores se reduce a casi una década. Eso sí, se intenta no perder de vista las observaciones de Gibson, a la vez que se le busca dar profundidad.
Cambiemos entonces se convirtió en el primer proyecto de centroderecha en llegar al poder en la Argentina por medio de las urnas. En todo caso, de conformidad con Gené y Vommaro, la falta de una lectura política más sofisticada de su partido conductor, el PRO, llevó a sobrevalorar su etapa gubernamental, que acabó sentenciada por la errática gestión económica que tuvo. Para poder implementar su programa, la centroderecha tras el fin de su mandato aprendió que necesitaba ampliar la base social. Pero, ¿fue suficiente para generar las condiciones de un «segundo tiempo»?
El desvanecimiento de un «segundo tiempo»
Las elecciones de 2023 constituían una nueva oportunidad para que Juntos por el Cambio (JxC) diese continuidad a todo aquello que quedó pendiente en su primera experiencia gubernamental; en términos del propio Macri, por un «segundo tiempo». En este sentido, la interna para liderar JxC de cara a los comicios presidenciales se cimentó en la disputa existente en el PRO desde el fin del gobierno macrista: los «halcones» contra las «palomas», entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta.
Al final, Bullrich, un perfil más propicio para el contexto político derechizado que se vivía, acabó logrando la nominación como candidata presidencial de JxC. No obstante, su candidatura no despegó en las elecciones presidenciales y el balotaje se decidió entre Sergio Massa (Unión por la Patria) y Javier Milei (La Libertad Avanza). Las condiciones favorables para el espacio de JxC no fueron aprovechadas. La cohesión interna lograda en 2019 contrastaba con una coalición que en 2023 estaba marcada por la división y la discordia.
La campaña de la segunda vuelta, en consecuencia, terminó de dinamitar JxC. El «pacto de Acassuso» significaba el respaldo del PRO de Macri y Bullrich a La Libertad Avanza (LLA). Si bien la candidatura de Massa fue más competitiva de lo que se podía esperar en un principio, el «liberal-libertario» Javier Milei, a lomos del macrismo, llegaba a la Casa Rosada al obtener el 56% de los votos.
La lectura de Milei contra la casta redefinió la «grieta» que había imperado durante las dos últimas décadas. Su discurso estaba íntimamente conectado con el pulso destituyente propio de la crisis de 2001 («Que se vayan todos»), representaba una impugnación a un ciclo político que había tenido como principales intérpretes a Cristina Fernández de Kirchner y a Mauricio Macri. De este modo, ¿era posible que el PRO pudiese cogobernar con Milei?
Tras un primer año de presidencia, el representante de la LLA ha conseguido bajar la inflación, aplicar un agresivo plan de recorte del gasto público (la «motosierra»), y no ha enfrentado un nivel considerable de protesta social. En el plano de la política institucional, por ahora ha tenido un panorama más bien favorable. Por un lado, el peronismo se halla en una crisis, con su núcleo dirigente, el kirchnerismo, sumido en la autorreferencialidad. En vez de acompañar al principal polo de poder opositor, el gobernador bonaerense Axel Kicillof, la dirigencia justicialista se centra en la búsqueda de leales, descuidando la formulación de propuestas que desafíen al actual gobierno.
La derecha convencional, por otro lado, se encuentra en un sendero laberíntico. La relación del PRO, hoy controlado totalmente por Macri, con Milei no se cimenta en el cogobierno. Es una relación asimétrica en la que el mileísmo se ha hecho con funcionarios de primer orden que formaron parte de la presidencia de Macri (Bullrich, Federico Sturzenegger o Luis Caputo), pero la principal pieza que le ha arrebatado es la idea fuerza del cambio. El último episodio de esta tirante relación es la propuesta del actual presidente de acordar listas unitarias con el macrismo de cara a las elecciones medio término de este año. Así pues, la posición del PRO en el espacio de la derecha va menguando progresivamente y la posibilidad de un «segundo tiempo» se desvanece.
La presidencia de Milei hoy puede respirar aliviada, pero los mandatos en la Argentina no duran un año sino cuatro y su éxito en el corto y largo plazo dependerá en gran medida del desempeño de la economía.
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