Encuadrando la crisis política francesa
Las últimas elecciones legislativas han dejado un panorama más difícil para la gobernabilidad en Francia. Pero, ¿se puede pensar la crisis política que vive este país como algo reciente?
Ensayo bibliográfico del libro The Last Neoliberal: Macron and the Origins of France's Political Crisis (Verso, 2021) de Bruno Amable y Stefano Palombarini.
Después de los resultados de las elecciones europeas y las legislativas anticipadas, últimamente se ha insistido en la crisis política que vive Francia. Sin embargo, en el libro The Last Neoliberal, publicado originalmente en francés bajo el título L’illusion du bloc bourgeois. Alliances sociales et avenir du monde français (2017), se sostiene que esta crisis se extiende desde hace unas décadas y para rastrear su inicio habría que remontarse a los años ochenta del siglo XX. Por ello, lo que está ocurriendo hoy es un nuevo capítulo de la crisis política francesa.
Fractura de los dos bloques gobernantes
En un primer momento, Bruno Amable y Stefano Palombarini, ambos investigadores en el campo de la economía política, proponen en The Last Neoliberal: Macron and the Origins of France's Political Crisis que se dio una fractura en las alianzas sociales que constituían la base de alternancia entre los partidos «gubernamentales» de derecha (el partido gaullista y sus aliados liberales) y de izquierda (el Partido Socialista (PS) y otros fuerzas de tal espacio).
Respecto al bloque de la derecha, las experiencias de gobierno con las que contaron desde la década de los ochenta mostraron una ausencia de una estrategia efectiva que mediase entre las expectativas heterogéneas presentes en el seno de la alianza social que representaba, de carácter interclasista. El proyecto neoliberal, entienden los autores, había supuesto un problema para este bloque por la dificultad de implementarse de forma «tranquila». Rehuyeron de una ruptura al estilo de la que había tenido lugar en Estados Unidos y Reino Unido.
Por parte de la izquierda, la fractura fue debido a la contradicción entre la integración europea y la unidad de la propia izquierda. Amable y Palombarini centran una parte importante del libro en analizar las dinámicas que atravesó dicho bloque desde 1980 para entender mejor las reconfiguraciones que se materializaron especialmente a partir de 2017. En este sentido, la victoria en las elecciones de 1981 del socialista François Mitterrand condujo a la formación de un gobierno con el Partido Comunista como socio menor y la puesta en marcha de un programa de corte expansionista. No obstante, al cumplirse dos años de su mandato, en 1983, Mitterrand realizó un «giro hacia la austeridad» en su política económica.
Los autores enmarcan entonces el giro neoliberal del PS y el abandono de un programa económico de corte keynesiano en la prioridad que dio esta formación política a la integración europea, dado que para mantenerse en el Sistema Monetario Europeo debían adoptar una política deflacionista. Tal rumbo fue promovido por una corriente que tradicionalmente había sido minoritaria en el PS, la denominada «segunda izquierda» que encabezaba Michel Rocard y que tenía también al recientemente fallecido Jacques Delors como otra de sus figuras destacadas. A partir de aquí, la presencia y la influencia de la segunda izquierda en la presidencia de Mitterrand se iría incrementando, por lo que la unidad europea se volvió una máxima no negociable para el PS y la ortodoxia económica una línea que más o menos siempre estuvo presente en los gobiernos de izquierda.
La ruptura del socialismo francés, apuntan Amable y Palombarini, tuvo importantes costes, ya que la base social del bloque de la izquierda quedó debilitado, provocó la emergencia de un voto a formaciones políticas no tradicionales y hubo un incremento de la abstención. Se dio paso a la redefinición de las alianzas políticas y sociales.
Las clases populares dejaban de ser la principal fracción del bloque de izquierda, habida cuenta de que el PS, su principal actor, se embarcó en la búsqueda de otros electorados. La derecha, en otro nivel, también perdió a esos sectores más inclinados a este bloque con el resquebrajamiento acaecido a partir de los ochenta. Por consiguiente, el libro piensa la exclusión a las que se han visto expuestas las clases populares, sumidas en una crisis de representación, a partir de las transformaciones del modelo capitalista cada vez más supeditado a las dinámicas supranacionales.
Y, en este punto, ¿cómo se puede entender la presidencia de François Hollande? Para los autores, no fue ninguna anomalía en la historia de la izquierda «gubernamental», sino el resultado de una senda que manifestaba cómo la segunda izquierda se había vuelto hegemónica al interior del PS. Ahora bien, era igualmente un callejón sin salida.
La crisis política, por ende, se constataba por la inestabilidad política existente en el país. Ningún bloque social podía asentarse de forma estable, además de no poder sostener una estrategia política.
Tomarse en serio el proyecto macronista
La ruta de salida tras el colapso del PS habría que buscarla, de acuerdo con Amable y Palombarini, en la configuración de lo que llaman el «bloque burgués», conformado por una minoría social centrada en las clases medias y altas con un alto nivel educativo y sin tomar en consideración a las clases populares. En un claro contraste con los tiempos pasados, en el bloque burgués había una búsqueda por trascender en tanto que el clivaje tradicional de izquierda-derecha se encontraba debilitado, aunque los autores remarcan que en el conflicto político había una acentuación del contenido de clase.
Referente al horizonte de tal bloque, pasaba por la culminación de las reformas del capitalismo francés. Así, se señala que la integración de la Unión Europea sirvió para unir al bloque burgués y también como un eje que pudiese reestructurar la «oferta» política nacional. La candidatura de François Bayrou en 2007 exhibió que era un proyecto políticamente imaginable.
Llegados a las elecciones presidenciales de 2017, el panorama se encontraba dominado por la crisis política, que había acabado por generar una reconfiguración de la oferta política. Los resultados fueron claros: un ballotage entre dos candidatos, Emmanuel Macron (La República en Marcha) y Marine Le Pen (Frente Nacional), que no representaban a los sectores políticos tradicionales, que obtuvieron discretos desempeños en la primera vuelta, especialmente el PS. Finalmente Macron logró imponerse con un amplio margen ante Le Pen hija.
El bloque burgués estaba cohesionado y representado por el nuevo presidente francés y el partido que había creado ad hoc. Para los autores, “el proyecto de Macron se resumía en emplear el respaldo de una base social unida en torno a la continuación de la integración europea, para impulsar reformas neoliberales que distan mucho de contar con un apoyo unánime incluso dentro de su misma base social” (p. 139). Aun presentándose como una «novedad», su propuesta tenía poco de original.
Además, arrancaba su presidencia con una mayoría abrumadora de su sector en la Asamblea Nacional, aunque Amable y Palombarini ya advierten en el libro que esto ocultaba una doble debilidad: la minoría que representa el bloque burgués en la sociedad, y el apoyarse en una base electoral frágil. En consecuencia, todavía no podía decirse que fuese dominante esta nueva alianza social.
El aura de gestor que rodeaba a la figura de Macron iba a influir claramente a la hora de llevar a cabo las reformas institucionales que se proponía. Como resaltan los autores, con esa idea de trascender la política, las negociaciones con los actores sociales y los debates en el Parlamento suponían una pérdida de tiempo para el mandatario francés al optar por una toma de decisiones marcada por la rapidez y la intransigencia.
Amable y Palombarini sitúan las políticas macronistas como una continuación de las anteriores, pero también observan que en las reformas de este último presidente se abordan las áreas institucionales más sensibles socialmente (protección social, relaciones laborales y pensiones). Hay que considerar, de igual modo, los tres niveles que han estructurado la estrategia de Macron: un proceso de muy rápidas reformas, la definición de los clivajes que estructuran el conflicto político, y la represión policial contra el movimiento opositor (los chalecos amarillos como el más destacado).
The Last Neoliberal es un libro que sigue resonando en el presente. Su gran carga crítica no invalida el análisis que lleva a cabo, sino que lo refuerza. Por otro lado, la obra, considerando la fecha de su publicación, se limita a presentar las causas y las implicaciones de la llegada de Macron al Elíseo, además de examinar algunas de las políticas implementadas durante la primera mitad de su primer mandato. De todos modos, del análisis se puede desprender las claras dificultades a las que se enfrentarían Macron y el bloque burgués para dar salida a la crisis política que atravesaba Francia. Un proyecto de estas características era poco probable que no generase contestación en las calles y en las urnas.
Aterrizaje en el presente
Las elecciones de 2022 dieron la victoria a Macron. Ante un escenario electoral que guardaba ciertas similitudes con el de 2017, pudo ser reelegido, pero ya no se desprendía ese clima de ilusión en comparación con el que podía haber cinco años atrás. Además, en los comicios legislativos los partidos representantes del macronismo perdían la mayoría absoluta .
Sin embargo, al representar su último mandato presidencial, Macron podía asumir con una mayor facilidad la asunción de costos que tendrían la toma de medidas de carácter impopular. Le favorecía también el diseño institucional de la Quinta República, es decir, la capacidad por concentrar el poder en una sola persona. Un ejemplo claro de todo esto fue la aprobación de la reforma de pensiones recurriendo al artículo 49.3 de la Constitución, el cual permite adoptar un proyecto de ley directamente sin necesidad de votación en la Asamblea Nacional.
La reforma de pensiones, el estallido de las banlieues y la promulgación de una controvertida ley migratoria dejaron un 2023 marcado por la fractura. Entonces resultaba sorprendente (al menos) que Macron proyectase la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas como un golpe de efecto que pudiese beneficiarle, considerando, igualmente, que el anuncio se realizaba después de conocerse que Agrupación Nacional (RN) lograba ser la primera fuerza de los comicios a la Eurocámara.
Los resultados de las legislativas mostraron un claro retroceso de la mayoría presidencial al estar por detrás de la alianza de izquierda, el Nuevo Frente Popular (NFP). El llamamiento al «frente republicano» que hizo el NFP y una parte de la mayoría presidencial funcionó en tanto evitó que RN se convirtiese en la principal fuerza de la Asamblea Nacional, si bien logró el mayor número de votos. Lo que se constató, a su vez, es que una gran parte de la ciudadanía francesa se distanciaba todavía más del proyecto macronista.
La ultraderecha liderada por Marine Le Pen se ha convertido en una oposición real, una dinámica que ha sido alentada por el propio Macron. Las legislativas no han significado el punto y final de RN, aunque al interior del partido se vio como un varapalo ya que esperaban quedar en primer lugar. También se ha de matizar esa idea de que el ascenso experimentado por este espacio implica una derechización de la sociedad francesa. El politólogo Vincent Tiberj en un estudio realizado en 2022, al considerar indicadores como las demandas de redistribución o la tolerancia a la diversidad, apuntaba lo siguiente: “parece que lo que estamos viendo sobre todo es una desalineación de los ciudadanos con la oferta política, y que esta desalineación afecta menos a la derecha y a la extrema derecha que a la izquierda”. Esto es, la existencia de una oferta política desconectada con las preocupaciones de la ciudadanía1.
Las izquierdas, por su parte, respondieron a la convocatoria de las legislativas con la conformación del Nuevo Frente Popular. Era una alianza meritoria, considerando el poco tiempo con el que contaban para registrar la unión y después de unos meses de reproches cruzados. Insumisos, socialistas, ecologistas y comunistas volvieron a confluir en una candidatura común, aunque con una correlación de fuerzas diferente a la de la NUPES en tanto el PS venía de lograr unos buenos resultados en las europeas, permitiéndole disputar parte del liderazgo a La Francia Insumisa (LFI). Al final el NFP logró un inesperado primer puesto en estas elecciones.
Una vez se conoció la distribución de la Asamblea Nacional, se ponía en marcha la conformación de un gobierno, el cual se presumía que iba a ser complicado. No obstante, desde el NFP, al convertirse en la primera fuerza, se lanzó en la búsqueda de un candidato para liderar Matignon. La idea era presentar a una figura que fuese consensuada por las diferentes fuerzas de la alianza y adicionalmente se quería que no fuese ni controvertida ni demasiado mediática para que Macron no lo utilizase como precepto para descartar a las primeras de cambio su nombramiento. Tras un proceso arduo, se acordó que la candidata a primera ministra del NFP fuese la alta funcionaria Lucie Castets. El nombramiento de un nuevo primer ministro, en cambio, quedó en suspenso hasta mediados del mes de agosto por la celebración de los Juegos Olímpicos en el país.
La «tregua olímpica» mantuvo la crisis política en un segundo plano durante unas semanas. Ahora, la ausencia de mayorías claras por parte de ninguno de los bloques dejaba una situación sin precedentes. Cuando en el pasado se habían dado escenarios de cohabitación (1986-1988 y 1993-1995 con François Mitterrand, y 1997-2002 con Jacques Chirac), las mayorías absolutas obtenidas no daban lugar a valoración y por ende el presidente de turno no tenía más opción que nominar a un candidato que no era de su mismo color político. Esta vez no sucedió dado que la Asamblea Nacional entrante se dividía en tres tercios.
Ante esta coyuntura de bloqueo y con un gobierno en funciones, la actuación de Macron ha distado mucho de lo expresado por el electorado francés en las elecciones legislativas. Instalar la idea de que «nadie ganó» es faltar a la soberanía popular. Planteó los últimos comicios como un plebiscito sobre su persona y lo que mostraron los resultados es que no tenía la confianza de una nada desdeñable parte de la población.
Igualmente, es preocupante el tratamiento que ha tenido con la alianza de izquierda. El NFP fue la fuerza que mayor número de diputados obtuvo (183), propuso una candidata que pudiese dar salida al bloqueo y hasta Jean-Luc Mélenchon se mostró dispuesto a renunciar a que su fuerza política (LFI) participase de forma directa en el hipotético gobierno de Castets. El mandatario francés cerró la puerta a esta opción, señalando la posible moción de censura que las derechas presentarían en su contra. Pero, ¿el macronismo, un espacio que ha buscado situarse como un actor garante de la estabilidad, no podría asegurar un voto en contra para que no prosperase la moción contra el NFP?
The Last Neoliberal ya daba muestras claras de la incompatibilidad del proyecto macronista con respecto al que proponían las fuerzas progresistas. El descartar la opción de Castets, como se señalaba en un artículo publicado en Mediapart, escenifica un hecho que se subestima en ciertos sectores de la izquierda francesa: “la única brújula que determina las decisiones de Emmanuel Macron es la preservación del orden económico”. Se ha llegado a un punto en que la propuesta de un programa de corte keynesiano, algo más bien moderado, resulta que es inviable para el enfoque del «realismo económico», aplicando la terminología de Amable y Palombarini. Es una concepción restringida la que aplica el macronismo, pero basta con atender a las maneras en las que se han emprendido las reformas económicas de los últimos siete años. Así, una táctica empleada por Macron con frecuencia a fin de cuestionar a la izquierda ha sido la de equipararla con la ultraderecha. Durante las última legislativas, volvió a utilizarla, aunque no le funcionó demasiado.
Mientras tanto, una parte del PS, que podría identificarse con la «segunda izquierda», está siguiendo su propia agenda en vez de la fijada por el NFP, presionando para unir los caminos con el macronismo. No aceptan el rumbo marcado por el primer secretario, Olivier Faure, comprometido con una candidatura unionista. Otra forma de desvirtuar los propósitos del NFP, igualmente, es el marco retórico planteado por Raphaël Glucksmann: «ni Macron ni Mélenchon». Dicho marco no se corresponde a la actual coyuntura cuando el responsable de este bloqueo es el presidente francés, el mismo que convocó unas elecciones sin asumir los costos que suponía una eventual pérdida de la mayoría relativa. Algunos solo se esfuerzan por seguir sus propias agendas, mirando con recelo aquellas que se construyen de manera colectiva y que agrupan diferentes sensibilidades políticas.
La «cohabitación sin alternancia», que surgiría en caso de que Macron nombrase un candidato estilo Bernard Cazeneuve (primer ministro con Hollande), no conduce de por sí a una estabilidad institucional. Bruno Amable en un artículo reciente en Le Monde diplomatique planteaba que “cualquier intento de apaciguamiento en forma de alianza entre la izquierda de acompañamiento, las fuerzas macronistas y la derecha fracasará a la hora de reunir un bloque dominante susceptible de proporcionarle a cambio un apoyo duradero”.
Leer hoy el libro The Last Neoliberal: Macron and the Origins of France's Political Crisis permite centrar el análisis de la actualidad política francesa. La crisis política no es algo reciente, sino que hay que retrotraerse a la década de los ochenta, una vez se fueron adoptando políticas de corte neoliberal que acabaron por fracturar los bloques sociales de la derecha y de la izquierda. La política se fue volviendo más inestable, lo que repercutía en la dificultad para construir bloques sociales. En este punto, la conformación del bloque burgués responde a un momento de oportunidad política después de las fallidas presidencias de Nicolas Sarkozy (UMP) y François Hollande (PS). A pesar de ser un bloque minoritario en la sociedad, disponían de un horizonte común (la reforma neoliberal), la capacidad de reestructurar la oferta política en base a la Unión Europea, y un candidato, Emmanuel Macron. Pasados sietes años de la llegada de Macron a la presidencia, el proyecto de dicho bloque se encuentra en una fase de desgaste, por lo que la crisis política de la que hablan Amable y Palombarini no ha concluido.
La agenda macronista solo ha servido para agudizar la desigualdad de ingresos y de riqueza. Con este rumbo, su base electoral se ha vuelto más estrecha. Tampoco hay que pasar por alto cómo ha ido progresivamente degradando el sistema político francés, propiciando, de acuerdo con el historiador Enzo Traverso, nuevas formas de neoliberalismo autoritario. Por tanto, ¿de verdad es posible salir de la crisis política en estos términos?
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Tiberj ahondará sobre tal tema en un libro que publicará próximamente titulado Le Mythe de la droitisation française. Comment citoyens et électeurs divergent (2024).
Excelentes artículos. Viví en Francia cinco años, los últimos de Hollande y los primeros del macronismo. Se vivió como una oleada de entusiasmo entre la clase media burguesa, y dejé el país cuando todavía sus maneras "jupiterinas" no se había manifestado del todo.
Un curioso animal político, Francia, que en el fondo añora el paternalismo social de De Gaulle, como creo que todas las clases populares europeas añoran su socialdemocracia y la democracia cristiana. Pero en Francia la clase media burguesa tiene interiorizado un papel del Estado mucho más que en otros países europeos. Si a esta peculiar idiosincrasia le sumamos el abandono de las clases bajas y el fenómeno de la inmigración, el cóctel está servido. Lo comenté en https://breiquin.substack.com/p/le-jour-de-gloire-est-oublie
Muchas gracias, Ignacio!
Leeré el artículo que publicaste al respecto.